Un hombre yemení ondea una bandera en medio de las ruinas de un colegio bombardeado por la coalición liderada por Arabia Saudí en la capital Saná. Mohammed Huwais/AFP/Getty images
El país más pobre del golfo Pérsico se desangra bajo la sombra mediática y la creciente interferencia saudí.
Sumida en una historia de constantes guerras, ora de secesión, ora tribales, la última arrancaba el pasado marzo con la ofensiva Operación Tormenta Definitiva, lanzada por la Coalición liderada por Arabia Saudí. Sumando así una capa más al complejo tablero yemení que arrastra conflictos sin resolver de carácter local, con trifulcas tribales; nacional, con dos presidentes enfrentados; regional, con la lucha retórica entre Irán y Arabia Saudí, e internacional, con un irresponsable apoyo occidental amparado en la lucha contra el terrorismo yihadista.
La asimétrica guerra que libran los poderosos ejércitos de la Coalición −Emiratos Árabes, Kuwait, Bahréin, Qatar, Sudán, Egipto, Jordania y Marruecos con apoyo logístico de Estados Unidos y Gran Bretaña− contra los rebeldes hutíes ha acabado por revertir las alianzas forjadas en la última década, a la par que destierra al olvido la marchita primavera yemení. Las tornas han cambiado desde que en 2004 el movimiento rebelde hutí Ansar Alá se levantara en armas durante seis guerras consecutivas contra el entonces presidente avalado por Riad, Alí Abdalá Saleh. Depuesto por las revueltas populares de 2011, el acérrimo enemigo de los hutíes se presenta hoy como aliado frente al ahora común enemigo saudí.
Al calor de las revueltas que sacudían Túnez, los yemeníes se lanzaron en 2011 a las calles exigiendo justicia y mayores servicios en un país en el que, ya entonces, el 54% de los 25 millones de habitantes hacían malabares sobre la línea que marca el umbral de la pobreza. Movimientos suníes como los Hermanos Musulmanes se aliaron a líderes tribales zaidíes, considerados chiíes a pesar de que comparten más con los suníes yemeníes que con los chiíes iraníes, en un llamamiento a poner fin a la corrupción y el desgobierno.
Dos presidentes sin gobierno
Forzado por los países del Consejo de Cooperación del Golfo, Saleh firmaba un acuerdo en noviembre de 2011. Con él cedía la silla que ocupó durante 33 años a su segundo, Abd Rabbo Mansur Hadi. Curtidos en una misma escuela compartida durante los 18 años que Hadi ocupó el cargo de vicepresidente, la rotación presidencial no se plasmó en una mejora tangible para la población. Hoy, la batalla por el poder en Saná la disputan dos presidentes surgidos de una misma administración y crecidos al amparo de un mismo padrino. Ambos fueron clientes de Riad y ninguno plenamente elegido por el pueblo. Hadi, el presidente legítimo según la comunidad internacional, extrae su legitimidad de una designación parlamentaria con el 99,8% de los votos y en tanto que candidato único, al más puro estilo de la generación de autócratas árabes depuestos por las revueltas. En palabras del abogado yemení Haykal Bafana: “Esta es una guerra saudí para restaurar al gobierno legítimo de Yemen, en el que ninguno de los dos presidentes fue elegido por los yemeníes en unas elecciones completas y con candidatos múltiples”.
La captura de Saná por los hutíes en 2014, precipitó la entrada de la mayor potencia regional suní, en su esfuerzo por restaurar al huido presidente Hadi. Desde entonces, los aviones de guerra de laspetromonarquías que participan en la Coalición, como Arabia Saudí y los Emiratos Árabes, martillean sin descanso al país árabe más pobre de la región. La ofensiva pretendía frenar el avance rebelde hutí a las puertas de Adén, bastión del presidente Hadi al sur de Yemen.
Las trifulcas que enfrentan a dos presidentes han dejado un vacío de poder en Yemen, donde muchos reinan pero nadie gobierna. Las estructuras institucionales se neutralizan ante un Ejecutivo bipolar. Saleh y los hutíes controlan la capital de Saná, mientras que Hadi y la Colación se instalaban en Adén como capital opositora. En el terreno, los hutíes se imponen pero no gobiernan. En las oficinas de las administraciones de Saná, leales al presidente actual y al anterior comparten mesa imposibilitando toda toma de decisión. Ante el vacío político, los líderes locales de las tres principales tribus Hashid, Bakil y Mejhade rigen informalmente el país mediando entre trifulcas, habilitando el acceso al agua o resolviendo crímenes comunes. “En Yemen ya no hay presidente, lo que hay es un comité revolucionario en Saná que actúa como gobierno central”, explica en plena sesión de Qat en Saná Abdalá Alí Alrahabi, analista y coordinador general del Movimiento del Despertar Democrático, compuesto por independientes. “Pero su poder no rebasa la frontera de Saná. Yemen es una sociedad tribal, donde el Gobierno central se ve cortocircuitado por los líderes tribales a quienes obedecen sus miembros”, precisa.
El apoyo occidental a la guerra
La desproporcionada cifra de muertes civiles, la mitad de los 6.000 muertos desde el inicio de los bombardeos, llevaba a Naciones Unidas este mes a reprender a los ejércitos más avanzados de la región y por ende al errático asesoramiento de Londres y Washington. La Administración Obama parece optar por una progresiva retirada de los asuntos y guerras de la zona, dejando a cargo a las potencias aliadas regionales cuya filosofía en el ámbito militar se antoja más laxa respecto a los derechos humanos.
A pesar de las repetidas denuncias de organizaciones internacionales comoAmnistía Internacional o Médicos Sin Fronteras (MSF), serían las palabras del secretario general de la ONU, Ban Ki-Moon, quien devolviera, al menos temporalmente, a Yemen al mapamundi. El 60% de las muertes civiles responden a los bombardeos liderados por Riad. A pesar de que las coordenadas de todos los hospitales son sabidas tanto por Arabia Saudí como por Estados Unidos, docenas han sido bombardeados, entre ellos tres de MSF, matando tanto a civiles cómo médicos. Hasta 159 escuelas han sido también objetivo de los ataques, expulsando de la escolarización a 1,8 millones de niños. Ociosos ante unos televisores tornados al negro por la falta de electricidad, y con 3.500 aulas cerradas, centenares de menores yemeníes se convierten en niños soldados, arrastrando pesados Kaláshnikov.
A pesar de la condena por parte de la ONU, el devastador balance de una guerra asimétrica que mantiene en jaque a 25 millones de personas prosigue y ello bajo el férreo embargo, impuesto por la Coalición, por tierra mar y aire, incluyendo a los medios de comunicación. Los bombardeos y el embargo se acentúan gracias a la ayuda directa e indirecta de países de Occidente. Amnistía Internacional denuncia el uso de bombas de racimo de producción occidental, prohibido por los convenios internacionales. En el lucrativo negocio de la guerra, empresas armamentísticas europeas alimentan el conflicto yemení sin por ello cerciorarse del uso final del material bélico. El panel de expertos del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas condenaba el auge de ventas militares ante los repetidos abusos contra civiles en Yemen. Londres cerraba el último trimestre de 2015 con ventas por valor de 1.312 millones de euros en concepto de armamento a Riad. Arabia Saudí se convertía en 2015 en el principal cliente de la industria militar española, con ventas por 24,2 millones de euros durante el primer semestre. El acuerdo cerrado con el Gobierno de Madrid incluye aviones de abastecimiento en vuelo, bombas, granadas, cohetes, misiles y minas. Con un trato pendiente de cerrarse para la venta de cinco corbetas por más de 2.000 millones de euros.
El país se ahoga
El impacto de los bombardeos y del embargo en el día a día de los yemeníes es devastador. La falta de alimentos mantiene al 82% de la población en riesgo, entre ellos medio millón de niños menores de cinco años que presentan una malnutrición severa. “Antes de esta guerra, Yemen importaba el 90% de sus productos alimenticios y el 80% de las medicinas. Por eso ahora la situación es crítica”, explica en las oficinas de Saná Colette Gadenne, jefa de misión de MSF España. “La vulnerabilidad es tal que un simple sarampión está matando a niños con desnutrición”, advierte. La ausencia de combustible se antoja una condena a muerte para muchos. Sin el preciado líquido no se puede operar en los hospitales, ni transportar a los heridos, o extraer agua de los pozos. En Saná, tan sólo tres hospitales se mantienen operativos, con escaso material médico y en cuyos pasillos se apilan heridos ensangrentados tras cada bombardeo.
En el norte del país, los heridos críticos mueren en el camino de hasta seis horas en busca del hospital más cercano. Los cuerpos se descomponen en los corredores de centros hospitalarios porque las morgues están saturadas, recurren a frigoríficos de helados para mantener los cadáveres. Los ataques aéreos dictan una dramática rutina para los civiles. Mezquitas, hogares o mercados son aniquilados bajo bombas de hasta una tonelada. Los vecinos se esmeran cada día, en ocasiones con las manos desnudas por toda herramienta, en desenterrar a los heridos o cuerpos sin vida de entre los escombros. En las raras ocasiones que las víctimas siguen con vida, comienza la cuenta atrás para evacuarlos a un hospital. En las carreteras del país, más de dos millones de desplazados sobreviven en frágiles tiendas de campañas y sin recursos. Lugares a los que debido a los combates, muchos organismos internacionales no tienen acceso.
A los crímenes de guerra cometidos por la Coalición, se suman las acciones de los hutíes. En la sureña ciudad de Taiz, y tercera mayor del país, 200.000 personas permanecen cercadas desde hace meses por milicianos hutíes y uniformados del Ejército aliado. Sobre la Madaya yemení no se posa foco alguno, como tampoco se vierten párrafos a favor de un levantamiento inmediato de un asedio que amenaza con una rápida expansión de epidemias en la ciudad.
La fabricada confrontación chií-suní en Yemen
A pesar de la mediatización del apoyo iraní a los hutíes, los líderes de Ansar Alá se quejan de una engañosa campaña diplomática y mediática por parte de Teherán sin contrapartida en apoyos tangibles económicos o militares. “No hay ni un solo iraní, ni miliciano de Hezbolá (el partido-milicia también chií de Líbano) en territorio yemení. Es más, las declaraciones de Irán intentan manipular nuestra causa. No hemos recibido apoyo alguno de armas o de ayuda humanitaria”, asegura en Saná Alí el Imad, alto cargo de la Guardia Revolucionaria Hutí del movimiento Ansar Alá y partícipe de las negociaciones de Ginebra.
Lo mismo ocurre con la vaticinada e incluso autoproclamada presencia de los combatientes de la milicia-partido chií libanesa Hezbolá, de los que en Yemen tan sólo se avistan un puñado de banderas amarillas ondeando en las primeras filas de las manifestaciones hutíes. Sin embargo, es en los feudos de Hezbolá en la capital libanesa, Beirut, donde se ubica la sede de Al Maserah, el brazo mediático de los hutíes, y donde reciben cobijo los líderes del grupo que son objetivo de la coalición liderada por Arabia Saudí. Aunque Yemen se inserta en la lucha político-ideológica que libran en la región la Irán chií y la Arabia Saudí suní desde hace décadas, algunas tribus zaidíes se han posicionado a favor de la Coalición, como los Hashid, que entraron en la confederación de Islah (reforma en árabe), comúnmente referida como la rama de los Hermanos Musulmanes yemení.
En Adén, ciudad natal de Hadi, el presidente legítimo no es capaz de restaurar la seguridad ni el control en la cuidad arrebatada a los hutíes. La violencia, los atentados y enfrentamientos asolan la segunda mayor ciudad del país. Facciones que han desertado del Ejército apoyan a los milicianos de Islah y combaten junto a la Coalición donde mayoritariamente soldados saudís y de los EAU componen el grueso de la infantería. A éstos últimos se suman un puñado de mercenarios colombianos, australianos o norteamericanos.
La comunidad internacional mira para otro lado
Síntoma del estancamiento de la guerra yemení es la progresiva expansión del Estado Islámico, que se alimenta precisamente de la dialéctica chií versus suníes. Rival ideológico de su predecesor Al Qaeda, Daesh amenaza el monopolio yihadista de la rama local yemení AQAP que controla gran parte del centro del país. A pesar de los bombardeos estadounidense, el antaño marxista sur de Yemen sucumbe progresivamente al avance yihadista.
Sin riqueza alguna, los yemeníes se reúnen cada tarde para mascar Qat –hojas estimulantes de un arbusto común en Yemen– y debatir. Sin por ello lograr entender el afán de Arabia Saudí en dominar al empobrecido vecino, ni el desinterés del resto del mundo en ponerle fin. La mayoría achacan el interés a supuestos pozos petrolíferos al norte del país, así como su estratégica posición en el corredor entre África y Asia, a las puertas del estrecho de Bab el Mandeb a través del cual 3,3 millones de barriles de crudo cruzan diariamente.
El vertiginoso avance de Daesh tanto en Irak como en Siria, y su temor a una rápida expansión en la región que repercuta en Occidente, ha sacudido a la comunidad internacional que hoy remueve cielo y tierra para sellar un alto el fuego y posterior hoja de ruta para una solución política en Siria. Lo hace en Ginebra intentando reunir tanto a opositores como al propio régimen que antaño condenó. Sin embargo, Yemen no parece estar entre las prioridades de la agenda internacional. En Ginebra, la ONU intenta forzar al Presidente Bachar al Assad a sentarse junto a las milicias armadas islamistas como Jeish el Islam, invitados a las negociaciones de paz. En la misma ciudad europea, la última ronda de negociaciones por un alto el fuego en Yemen fracasaba el pasado mes de diciembre. Con el doble rasero ya habitual en la región, la ONU afloja las presiones sobre la teocracia saudí que se ensaña con la población civil a la par que rehúsa visceralmente incluir a Ansar Alá en la mesa de negociaciones. Las reticencias por parte de la comunidad internacional para condenar políticamente a la aliada monarquía saudí, contrastan con las irresponsables ventas militares que nutren al Ejército de la potencia suní.
Lejos de buscar una solución política a una guerra que se enquista en su décimo mes, Arabia Saudí insiste en torpedear cualquier negociación con el bando rebelde. “Los dos bandos yemeníes están listos para negociar y acabar con esta guerra. Ahora nos toca convencer a Riad”. Quien habla es un diplomático yemení, perteneciente a la casta de políticos apadrinados por los saudíes y entre los que empiezan a surgir fricciones.
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