(Pienso, hablando legalmente, que hay una razón muy sólida para enjuiciar a todo presidente norteamericano desde la segunda guerra mundial. Todos han sido francos criminales o han estado involucrados en serios crímenes de guerra.) Chomsky

Wednesday, April 30, 2014

Siria y la “lucha anti-terrorista”

Siria y la “lucha anti-terrorista”





El pasado sábado, una cadena de televisión tunecina, Ettunisia, entrevistó a un yihadista retornado de Siria que, horas más tarde, sería detenido por la policía.Abou Qussay, enmascarado tras un pasamontañas y un nombre falso, contó al periodista Naouferl Ourfani su experiencia en las trincheras sirias como voluntario del Frente Nusra, la milicia islamista que hace unos meses se desmarcó de Al-Qaeda para acabar combatiendo al ISIS (Estado Islámico de Iraq y Siria). Su relato hay que tomarlo con muchas precauciones, sobre todo en lo que se refiere al número y papel de los tunecinos y la presencia de mujeres extranjeras mitad combatientes mitad prostitutas. Lo más importante, a mi juicio, es el hecho de que los tunecinos, junto a otros voluntarios yihadistas, están volviendo a sus países de origen. Y ello como consecuencia -según el testimonio de Abou Qussay- de las luchas internas y del retroceso del islamismo radical en Siria.
 Este retorno preocupa mucho al gobierno tunecino y a los gobiernos vecinos (Argelia y Libia) y entraña graves riesgos para todos. El mayor no es el aumento del terrorismo mismo, no desdeñable, sino la creciente atención -obsesiva y prioritaria- que estos gobiernos prestan a la “lucha contra el terrorismo”, mantra muy familiar que ha justificado décadas de dictadura local en el mundo árabe, de retrocesos del Estado de Derecho en los países europeos y de intervenciones imperialistas a nivel global. En Túnez, por ejemplo, tanto la partida como ahora el regreso de voluntarios de Siria fue y es una cuestión de política interna y la propia entrevista a Abou Qussay en Ettunisia conviene interpretarla en esa clave. En la operación exitosa de acoso y derribo contra el gobierno de Ennahda, el “terrorismo” jugó un papel fundamental. A juicio de la beligerante oposición, Ali Laraidh y sus ministros eran responsables, activos o pasivos, de todos los atentados y todas las violencias (y, por supuesto, del flujo yihadista a Siria). Desde que el gobierno “tecnócrata” de Mehdi Jumaa asumió las riendas el pasado mes de enero se han producido nuevos atentados, algunos muy graves (como la reciente emboscada en Jendouba en un falso control de falsos policías), pero el “terrorismo” ha asumido una consistencia objetiva, casi natural, que concita el consenso de todos los partidos. Todos cierran filas con el nuevo gobierno mientras Ennahda, un poco asustada por el empujón egipcio y la deriva regional y también oportunista, guarda silencio y se prepara para las elecciones. El apoyo de unos y el silencio de otros permite a Jumaa firmar acuerdos con la UE sobre política migratoria, pactar con el FMI, acelerar la renaturalización de los fulul del antiguo régimen y visitar Arabia Saudí sin que ni partidos ni medios de comunicación -tan belicosos contra el “islamismo” de Ennahda- levanten la voz.
Pero el retorno de Abou Qussay es un indicio esperanzador para Siria. Cuando se cumplen tres años de revolución y dos años y medio de guerra, conviene recordar que, en el terreno militar, la reorganización de las milicias rebeldes, por presiones externas e internas, ha logrado expulsar al ISIS (el grupo de Al-Qaeda) de numerosas zonas donde se había hecho fuerte. Esto es una buena noticia para la revolución y una mala noticia para el régimen. Porque, como bien saben todos los que conocen la realidad siria, Al-Qaeda se ha limitado a aprovechar una “ventana de oportunidad” propiciada por la política de destrucción total de Al-Assad, pero no ha sido ni es una “baza americana” sino más bien una baza del propio régimen. Mientras las conversaciones de Ginebra se hunden en el abismo, tocadas también de muerte por la crisis ucraniana, y el ejército assadiano recupera la ventaja militar, el retroceso de este fascismo siamés -el del yihadismo funcional al fascismo de la dictadura- refresca de algún modo el impulso original o, al menos, demuestra el carácter advenedizo y forzado de una “yihadización” que una buena parte del pueblo sirio considera no menos “contrarrevolucionaria” que al propio Al-Assad.
Tres marzos después, en cualquier caso, conviene evitar dos ilusiones: la de que no ha pasado nada desde las primeras manifestaciones pacíficas y la de que ya no hay otra cosa que una “guerra sectaria” en Siria. Creo que, para conjurar estas dos tentaciones, es muy bueno escuchar a los sirios que quedan vivos y, entre ellos, al admirable Yassin Al-Haj Saleh, un intelectual marxista del que puede leerse una reciente entrevista en traducción al castellano. Yassin Al-Haj Saleh fue encarcelado por Hafez Al-Assad por pertenecer al disidente Partido Comunista-Buró Político de Riad Aturki y estuvo 16 años en prisión. Cuando comienza la revolución en marzo de 2011 tiene que esconderse y pasa más de dos años en la clandestinidad, en Damasco y Raqqa, participando en la organización de las Coordinadoras Locales y tratando de hacer llegar la voz de la revolución democrática fuera del país a través de denuncias y análisis indispensables para comprender la legitimidad y el curso de lo que, todavía hoy, él sigue llamando, sin ninguna duda, “revolución”.
¿Qué ha pasado en estos tres años? Resumo breve y libremente el relato de Al-Haj-Saleh, que comparto en su totalidad.
Ha pasado que la dictadura ha matado, encarcelado, torturado, desaparecido y/o expulsado del país a decenas de miles de líderes y militantes democráticos -mientras liberaba o dejaba tranquilos a los feroces yihadistas que decía combatir y gracias a cuya existencia trataba de legitimarse en el exterior-.
Ha pasado que la política de destrucción sistemática, brutal, total, aplicada por el régimen -con bombardeos aéreos de población civil, hambrunas inducidas, torturas y empleo más que probable de armas químicas- ha facilitado el protagonismo militar del yihadismo, a veces tan salvaje como el propio régimen, en el terreno militar.
Ha pasado que la oposición siria reconocida, controlada por el exilio y por Arabia Saudí y Qatar (enfrentados entre sí), ha sido incapaz de representar y unir el frente revolucionario del interior, contribuyendo al retroceso de la sociedad civil y al crecimiento del “internacionalismo yihadista”, el único que desgraciadamente ha llegado al país.
Ha pasado que, mientras Arabia Saudí, Qatar y Turquía alimentaban con armas, hombres y dinero a los grupos yihadistas y Rusia, Irán, Iraq y Hizbullah apoyaban con armas, hombres y dinero a la dictadura, las fuerzas democráticas, laicas e islamistas moderadas no recibían ninguna clase de ayuda solidaria, ni militar ni política, por parte de las presuntas democracias occidentales ni por parte de la presunta izquierda mundial. Mientras el imperialismo estadounidense amagaba una intervención -que muy pocos querían- para acabar imponiendo el desarme químico de la dictadura -en favor de Israel- y el desarme convencional de los rebeldes, legitimando así a la propia dictadura, el anti-imperialismo “oficial” sostenía el gobierno de Al-Assad y se hacía cómplice de sus crímenes.
Ha pasado que muchos intelectuales y partidos de izquierda, de manera sabihonda y con escasa sensibilidad ética, han recomendado a sus referentes en Siria, perseguidos durante años por la dinastía Al-Assad, que aceptaran el “mal menor” de la dictadura y se sometieran al poder colonial interno que los estaba matando (cuando no los bombardeaban virtualmente desde Madrid, Caracas u Ottawa  acusándolos de traidores, imperialistas o mercenarios).
Ha pasado que la derecha y la izquierda, a nivel de gobierno, partidos y medios de comunicación, ha acabado convergiendo, salvo excepciones, en el mito de la “lucha anti-terrorista” para abandonar o ignorar u ocultar la resistencia heroica y el dolor inconmensurable de millones de sirios que quieren paz, libertad y dignidad. Son los sirios los que están luchando contra el terrorismo, el del régimen y el de Al-Qaeda, ante el silencio estrepitoso, cuando no la complicidad expresa, de todas las fuerzas y todas las potencias.
Ha pasado, en fin, que, tres años después, dos evidencias se imponen rotundamente: la de que las posibilidades de autodeterminación para Siria han disminuido trágicamente en el avispero geopolítico inter-imperialista y la de que, de todos modos, cualquier esperanza de construcción nacional democrática, reconciliación y des-yihadización pasa hoy, como en marzo de 2011, por el derrocamiento de Bachar Al-Assad y de su criminal régimen fascista.
Sirvan estas líneas de solidaridad y homenaje a Yassin Al-Hajj Saleh y a todos los que, como él, siguen luchando por una Siria soberana, libre, justa, laica, democrática, social. Y a todos los que ya no luchan porque los han matado.
(*) Santiago Alba Rico. Filósofo y columnista. Su último libro publicado es ¿Podemos seguir siendo de izquierdas? (Panfleto en sí menor) (Pol-len Edicions, Barcelona, 2014).

Tuesday, April 29, 2014

Ucrania: la frontera del Imperio | Ignacio Oliveras

Ucrania: la frontera del Imperio | Ignacio Oliveras



Occidente insiste en su nueva política de expansión democrática: SEMBRAR DE GUERRAS CIVILES SU PERIFERIA.



EL ÚNICO IMPERIALISMO QUE HOY PODEMOS CONSTATAR ES EL DE OCCIDENTE, CON UNA PARAFERNALIA DE UNA DEMOCRACIA CADA VEZ MAS ESQUELÉTICA COMO BANDEROLA, ACOGOTA A LA EX UNIÓN SOVIÉTICA, PENSANDO QUE RUSIA, Y NO PUTIN, RUSIA, IBA A QUEDARSE CONTEMPLANDO EL CERCO INSACIABLE AL QUE LE SOMETE OCCIDENTE.

Nos manipulan obscenamente, nos cuentan cuentos y nos troquelan enemigos con el unico fin de perpetuar su HEGEMONÍA, hegemonía que huele a podrido después de seiscientos años mínimo.

Lo menos que podemos hacer es formarnos un criterio sobre todo lo que acontece, un criterio que forzosamente no puede coincidir con el que exhibe el enemigo, este que tan bien conocemos, y que día a día nos sume en su MISERABLE ABUNDANCIA..







IGNACIO OLIVERAS

Ucrania: la frontera del Imperio

Publicado: 28/04/2014 07:42
Acabo de leer El Imperio, el muy recomendable libro que Ryszard Kapuściński escribió sobre el desmoronamiento de la Unión Soviética y en el que el reportero polaco describió igualmente la independencia de Ucrania. El libro se publicó en 1993, en base a las experiencias como viajero de Kapuściński durante los tres años anteriores por la hoy difunta URSS.
El libro concluye con un análisis muy perspicaz, casi profético en lo que respecta a Rusia, ya que tras el desengaño que supone para los rusos la caída de su imperio adelanta Kapuściński que "se ha creado un clima favorable al fortalecimiento de los métodos autoritarios de ejercer el poder, un clima favorable a cualquier forma de dictadura". Con respecto al futuro de Ucrania, con la que Kapuściński simpatiza, el polaco veía oportunidades inmensas en un país "de más de cincuenta millones de habitantes, fuerte, enérgico y ambicioso", precisando eso sí, que sería necesario que las relaciones de Ucrania con el mundo y con Rusia fueran satisfactorias. Kapuściński se entrevistó con un líder independentista ucranio, que le dijo que querían construir un nuevo estado, "ilustrado, bueno, democrático y humanista", algo desconocido en esas tierras y una visión con la que Kapuściński comulgaba plenamente. La viuda de Sájarov, más escéptica, temía el "espíritu de dominio y expansión" que los rusos llevan en sus entrañas.
Desgraciadamente Kapuściński llevaba mucha razón con respecto a Rusia y la viuda de Sájarov con respecto a Ucrania, que cabe recordar que en 1990 tenía un PIB superior a Polonia y que hoy en cambio es más de tres veces más pobre que la patria de Kapuściński, siendo el segundo país más pobre de Europa por delante solamente de Moldavia.
Kapuściński realizó igualmente un accidentado viaje a otra de las fronteras del Imperio, el enclave armenio de Nagorno Karabaj en Azerbaiyán, hoy un estado de facto independiente por cuyo control Armenia y Azerbaiyán libraron una sangrienta guerra que empezó incluso antes de que se retiraran de ahí los rusos. El conflicto lleva a Kapuściński a reflexionar sobre las tres pestes que amenazaban según él, a la ex URSS y al mundo: el nacionalismo, el racismo y el fundamentalismo religioso.
Kapuściński constató que la independencia de Ucrania, que posteriormente conduciría a la desintegración de la URSS, se realizó sin derramamiento de sangre, ya que la transición del viejo al nuevo régimen siguió cauces políticos. Y va más allá, afirmando que en el mundo moderno la lucha de clases sigue una lógica política y solamente comporta violencia en casos extraordinarios. En cambio en el Cáucaso Sur el nacionalismo, el racismo y el fundamentalismo ganaron la partida y se desató la violencia.
En este sentido cabe celebrar que los debates identitarios en nuestro país, de los que en mi opinión no cabe esperar nada bueno, se libren en la arena política y no con pistolas. Sin que nos demos necesariamente cuenta, la democracia ha surtido efecto y hoy afortunadamente nos parecemos más a Bélgica o a Canadá que a la ex URSS.
Más de veinte años después de que Kapuściński escribiera El Imperio parece pese a todo que el nacionalismo va a tomarse su revancha en Ucrania, de la que Kapuściński ya constatara que se trata en realidad de dos países: la región este, casi rusificada por completo tras siglos de una dominación zarista y soviética en ocasiones genocida, y en la que las manifestaciones proindependencia aunaban a muy poquitos miles, mientras que en Kiev eran decenas de miles y en Leópolis (Lviv), la capital de la antigua provincia austríaca de Galitzia, eran cientos de miles. Lo que comenzó como una disputa por firmar un acuerdo comercial puede hoy degenerar en una guerra civil si el nacionalismo gana la mano.
La Rusia de Putin alberga aún hoy ambiciones expansionistas o centrífugas, algo que no nos ocurre en Europa Occidental. Nadie en Alemania se plantea recuperar Alsacia a los franceses, ni nadie serio en España cree que retomar Tetuán pudiera contribuir en nada a nuestro bienestar. Sin embargo, desde la caída de la URSS la OTAN y la UE no han dejado de extenderse por el este de Europa, lo que ha sido percibido por los rusos como un expansionismo occidental en su detrimento al que Putin está poniendo punto y final. Parece todo un gran malentendido. Zanjada ya la lógica de bloques, ¿por qué no mirar a Rusia de otra forma, como socio en potencia, e intentar establecer con ella algún acuerdo de asociación?
El nacionalismo creciente en la UE adopta una forma centrípeta y chauvinista, como pone de reflejo la pujanza de partidos como el Frente Nacional en Francia o el UKIP en Gran Bretaña, que hacen que sea casi más probable una ruptura de la UE que una futura ampliación.
Kapuściński cierra su libro citando al historiador americano de origen polaco Richard Pipes, que consideraba que por su tamaño Rusia era virtualmente irreformable y que solo el fracaso internacional del país era un estímulo suficiente para su modernización. Esperemos que las reformas de una UE anquilosada tengan mayor éxito que la frustrada perestroika y eviten una explosión de la Unión.

Wednesday, April 23, 2014

¿Qué pasa si Estados Unidos no patrulla el mundo?

¿Qué pasa si Estados Unidos no patrulla el mundo? | esglobal

¿QUÉ PASA SI ESTADOS UNIDOS NO PATRULLA EL MUNDO?
16 de abril de 2014



Cinco consecuencias de que la superpotencia deje de ser el policía global.

AFP/Getty Images

Con el lanzamiento en 1945 de sendas bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, Estados Unidos pasó a convertirse en la potencia militar dura, capaz de matar a centenares de miles de personas en unas horas, y aniquilar a imperios agresores como el japonés apretando un botón. EE UU ocupó así el papel de potencia indispensable para el resto del siglo XX, como Imperio Británico lo había sido en el siglo anterior. A día de hoy, Washington dirige un sistema de defensa y agresión en el que invierte cada año más que todo el resto del mundo junto.
El país reaccionó con dos guerras directas y varias indirectas a su Pearl Harbour de este siglo, los ataques del 11 de septiembre de 2001. Pero ahora está de retirada. “Tras una década de guerra, la nación que tenemos que reconstruir son los Estados Unidos de América”, ha asegurado el presidente estadounidense Barack Obama, para poco después dar la orden de reducir el número de tropas hasta número más bajo desde 1940.
En el país hay hastío de guerra, y una preferencia cada vez más obvia de vez de dejar de gastar los recursos y las vidas estadounidenses en aventuras como la de Irak, o en guerras de dudosa efectividad como la de Afganistán. Salvo sorpresas de la Historia, vienen unos años de repliegue de la potencia global, como se ha visto recientemente en su inacción en la guerra de Siria o en la languidez de su respuesta ante la anexión rusa de Crimea. Estos son solo dos ejemplos de lo que puede pasar si Estados Unidos deja de ser el policía global. A cambio, aumentan las decisiones multilaterales y, eventualmente, los acuerdos en las grandes instituciones de gobernanza global.

Las tentaciones expansionistas pueden aumentar: el caso de Crimea
El presidente estadounidense ha tratado de cerrar el ajedrez geoestratégico de la anexión de Crimea con un mensaje para navegantes dirigido a Moscú. “Rusia es un poder regional”, declaró Barack Obama tras una cumbre con los líderes europeos dedicada casi de lleno a cómo reaccionar ante las ínfulas rusas.
La frase es poderosa: trata de situar a Vladímir Putin en un lugar en el que el ex KGB no quiere estar, el de un simple actor local, al mismo nivel que Alemania, Francia o China.
Pero es poco probable que el presidente de la Federación Rusa se amilane por las provocativas palabras del americano. El mismo Obama ha dejado claro desde el principio que no va a haber tropas en la Europa oriental para defender a Ucrania, para empezar porque esta no es miembro de la OTAN, ni se la espera.
Así que, sin la presión de la posibilidad de un enfrentamiento con fuerzas de la organización militar internacional liderada por Washington, Moscú ha sido capaz de lanzar una blitzkrieg de nueva generación, una guerra relámpago sin un solo disparo, en la que llevado a cabo quizá el mayor cambio de las fronteras europeas desde el fin de la Guerra Fría. Ha sido, dicho de otro modo, una guerra fácil, en parte porque al otro lado no le esperaba nadie.

La pregunta en el ambiente es si Crimea ha sido tan sólo el primer paso de un intento ruso de recuperar parte de la grandeza del imperio soviético. Por si acaso, los líderes occidentales, reunidos en el G7, se han apurado a dibujar la línea roja que Moscú no puede atravesar: ni un soldado en el lado ucranio de la frontera este con Rusia, o se verán obligados a aumentar las sanciones económicas. Unas sanciones que “harían pagar un precio” a la economía rusa.
Pero, de nuevo, la ausencia de Estados Unidos o de la OTAN como policía en la zona deja en mera reacción económica agresiones que, en otros años y en otras regiones, habrían causado una rápida intervención militar. Con EE UU retirada, Rusia tiene el terreno allanado para redibujar la zona con movimientos geoestratégicos magistrales como el aplicado en la península rusófona.
Colateralmente, la ausencia de presión militar por parte de Washington está obligando a Bruselas a repensar su política energética. El propio Barack Obama criticó directamente a los países europeos por cerrar puertas a ciertas fuentes de energía (como la energía nuclear o el gas obtenido por la polémica técnica del fracking). Aunque no las citó por su nombre, sí dejó claro que Estados Unidos ha tenido que tomar “decisiones duras” en ese sentido para poder vivir su boom energético actual, y pide a los europeos que sigan ese camino en vez de depender del gas de Moscú.

Las potencias regionales cubren el hueco dejado por el gigante americano: el caso sirio
Washington ha limitado de forma sorprendente su intervención en una de las peores guerras del momento, tanto por el número de muertes como por el impacto que puede tener en el polvorín de Oriente Medio y en la capacidad de influencia de su archienemigo Irán. Se trata de la guerra siria.
Lo que comenzó siendo un alzamiento de la población civil contra la represión del régimen de Bashar al Assad ha pasado a convertirse en una guerra abierta a tres bandas: el Ejército de Damasco, los insurgentes y losyihadistas oportunistas ligados al extremismo musulmán. En el medio, millones de civiles desplazados y unas cifras de muertos que rondan los 130.000, además de una incontable lista de violaciones de las leyes de la guerra y de crímenes contra la humanidad.
En un primer momento, Estados Unidos apostó tímidamente por el apoyo logístico. Al contrario que en otros casos, como el de Libia, imponer una zona de exclusión aérea podía suponer un cierto coste en vidas. Los sistemas antiaéreos del régimen sirio, de componentes rusos, no son los más avanzados del mundo, pero son razonablemente peligrosos.
Así que, con Washington mirando la guerra desde la barrera, el nicho geoestratégico lo están cubriendo terceros países. De un lado están, por supuesto, Irán y la milicia libanesa de Hezbolá, ambos apoyos tradicionales del régimen de de Al Assad, además de Rusia. La presencia de combatiente de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán ha quedado de manifiesto en diversos reportajes periodísticos. Tampoco Teherán se ha esforzado en disimular su intervención directa.
Del otro lado, Turquía y Arabia Saudí. Los turcomanos han dejado campar a sus anchas en la zona fronteriza a los insurgentes contra el régimen del molesto vecino, y han llegado a derribar un avión que presuntamente había violado su espacio aéreo persiguiéndolos. Por su parte, los dictadores saudíes y sus petrodólares han dotado de armamento y financiación a los levantados en armas.
Es, en el fondo, el mismo juego de siempre en la zona: el pulso entre el arco chií y los países suníes. La diferencia es que ahora Estados Unidos ha decidido mantenerse al margen (al contrario que durante la guerra entre Irán e Irak, por ejemplo), y eso permite a los actores pelear de forma más equilibrada, y por tanto con resultados más inciertos. No en vano la guerra siria parece mantenerse en unas sangrientas tablas, mientras el número de civiles muertos y desplazado aumenta cada día.
Las consecuencias geopolíticas son difíciles de prever, pero se teme un efecto dominó en la zona, una reacción en cadena que una vez desatada sea difícil de contener. Y que estas guerras se estén convirtiendo en un campo de entrenamiento de yihadistas a escala global. Los servicios de inteligencia europeos ya están alarmados por la vuelta a la vieja Europa de combatientes fogueados en la guerra Siria.

Regresa el multilateralismo
El repliegue internacional de Washington es numéricamente evidente. Tras terminar la batalla en Irak y Afganistán, la Administración Obama ha anunciado una importante reducción de tropas terrestres: desde los 520.000 soldados del Ejército de Tierra a los 440.000. Se jubilarían además diversos tipos de armamento y transporte, todo con una reducción del gasto de 34.000 millones  de dólares  (unos 25.000 millones de euros) con respecto a 2011.
Pero es que, además, esta vuelta a casa y reducción de tropas está siendo acompañada de un retorno al multilateralismo casi inconcebible hace no tanto. Recuérdese cómo estaba la situación de tensión internacional en 2003, el año en que comenzó la segunda invasión de Irak, y el repudio de la Administración George W. Bush a la presión internacional en contra de la guerra, y compárense con las estrategias de Barack Obama.

Europa Occidental toma un papel más activo en la guerra contra el islamismo radical
La intervención en Libia estuvo liderada por Francia y Reino Unido, no por Estados Unidos. En Washington se mantuvo en lo que eufemísticamente se llamó el “liderazgo desde la retaguardia” (leading from behind). Fue, además, una intervención aprobada por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que dio el visto bueno a la intervención internacional en apoyo de el Consejo Nacional de Transición.
Otro ejemplo en Malí: de nuevo ha sido Francia, y no Estados Unidos, la que ha liderado la guerra contra los islamistas ligados a la Internacional de Al Qaeda. París ha enviado casi 4.000 soldados en apoyo del gobierno de Bamako, que trata de recuperar el norte del país, controlado por rebeldes islamistas y tuareg. Así, con apoyo de la ONU, es Francia la que limpia el país de la sharia y de los campos de entrenamientos de islamistas, algunos de ellos relacionados con grupos terroristas como Al Qaeda en el Magreb.

Grupos marginales pueden aprovechar la apariencia de 'tigre de papel'
“La necesidad de Estados Unidos de salir de misiones humanitarias calamitosas [como el conflicto de Somalia en 1993], en la que 18 soldados murieron, estaba clara. Pero esa retirada vino acompañada de un error estratégico enorme: envalentonó la narrativa de la red emergente de Al Qaeda de que América era un tigre de papel, lo que preparó el escenario para los ataques terroristas de 1990 y del 11 de septiembre de 2001”. El que se expresa en estos término no es un belicista republicano, sino Stuart Gottlieb, ex consejero demócratas y profesor de Política Exterior estadounidense y Seguridad Internacional en la Universidad de Columbia, en un artículo titulado, ¿Qué pasaría si Estados Unidos deja de patrullar el mundo?

En él, Gottlieb asegura que la Historia demuestra que cuando Estados Unidos se repliega otros regímenes más violentos o grupos radicales aprovechan el vacío. Así, tras la I Guerra Mundial, EE UU se aisló, tras la II redujo radicalmente sus tropas y tras Vietnam limitó la capacidad de los presidentes de lanzar guerras. En cada caso, hubo pretendientes que se aprovecharon de la retirada: Alemania y Japón en 1930, y la Unión Soviética en la posguerra mundial y tras Vietnam. Las consecuencias de todo ello son bien sabidas.
En el fondo, los grupos insurgentes o radicales siempre han aprovechado los momentos de tigre de papel de las grandes potencias dominantes de cada época. Ocurrió tras la retirada francesa de Argelia en los 60 o tras la retirada soviética de Afganistán a finales de los 80. Pero en nuestra era es Estados Unidos el poder bisagra del siglo XX y XXI. EE UU es el Reino Unido del siglo XXI.

Monday, April 21, 2014

Rusia frente a Ucrania |CARLOS TAIBO

Rusia frente a Ucrania | Internacional | EL PAÍS



A duras penas es imaginable que Rusia sea una potencia meramente regional. Basta con echar una ojeada a su ubicación, en el centro de las tierras emergidas del norte del planeta, para percatarse de que sus movimientos tienen por fuerza que ejercer efectos sobre el panorama entero del planeta, y ello incluso en los momentos de mayor postración. Un Estado que cuenta con fronteras con la UE, que considera que Oriente Próximo es su patio trasero, que sigue desplegando una parte de sus arsenales en la linde con China, que mantiene contenciosos varios con Japón y que choca con EE UU a través del estrecho de Bering no puede ser una potencia regional. Pero Rusia arrastra, por añadidura, una singularísima condición geoestratégica. Con fronteras extremadamente extensas, a caballo entre Europa y Asia, se trata de una potencia continental que debe encarar por igual enormes posibilidades y riesgos evidentes. Agreguemos que estamos ante un Estado que es un productor principal de hidrocarburos, que disfruta de derecho de veto en el Consejo de Seguridad de la ONU y que cuenta con un arsenal nuclear importante. Una de las consecuencias plausibles de todo lo anterior es el hecho de que nos hallamos ante uno de los pocos Estados del planeta en los cuales las influencias externas son limitadas o, en su defecto, resultan ser poco eficientes.
Por lo demás, si Rusia se beneficia de evidentes potencialidades, arrastra también taras no menos relevantes. Recordemos que, al menos en lo que respecta a su territorio europeo, es un país geográficamente desprotegido, que carece llamativamente de una salida permanente y hacedera a mares cálidos, que está ubicado en latitudes demasiado septentrionales como para permitir el despliegue de una economía diversificada, que cuenta con ríos que en la mayoría de los casos discurren de sur a norte y a duras penas pueden ser objeto de un uso comercial estimulante o, en fin, que atesora una riqueza ingente en materias primas que se encuentran, sin embargo, en regiones tan alejadas como inhóspitas.
Hay quien, en otro orden de cosas, se pregunta por qué Rusia forma parte del grupo que integran las economías emergentes y que conocemos con el acrónimo de BRIC. La pregunta es legítima por cuanto Rusia no es ni una economía emergente, ni un Estado que muestre una realidad en ebullición, ni un país del Tercer Mundo que haya dejado atrás viejos atrancos. Al cabo, y por añadidura, hay diferencias fundamentales entre el modelo ruso y el que se revela en los otros espacios mencionados. Si una de ellas es el peso, mucho mayor, que tienen en Rusia, sobre el total de las exportaciones, las que se refieren a la energía, otra la aporta un gasto militar porcentualmente mucho más elevado. Para que nada falte, y a diferencia de China, India y Brasil, Rusia es un país con población envejecida y en crisis demográfica abierta. A la postre las razones que medio justifican la presencia de Moscú entre los BRIC remiten a las dimensiones del país, a su poderío militar, a la riqueza en materias primas y, en cierto sentido, a la voluntad de contestar, en un grado u otro, la hegemonía occidental.
Los acontecimientos recientes en Ucrania ratifican, por otra parte, un diagnóstico cada vez más extendido: tendremos que acostumbrarnos a lidiar con conflictos sucios en relación con los cuales será cada vez más difícil mostrar una franca adhesión a la posición de alguno de los contendientes. Conflictos como los de Palestina o el Sáhara occidental, que provocan reacciones de inmediata solidaridad con palestinos y saharauis, van a ser más bien infrecuentes en la etapa en la que nos adentramos. Y es que sobran los motivos para guardar las distancias ante la conducta de todos los agentes importantes, autóctonos y foráneos, que operan en Ucrania. El registro de los naranjas es tan lamentable como el de los azules: unos y otros comparten sumisiones externas, querencias represivas y oligarcas beneficiarios. Pero no es más halagüeño el balance que aportan las potencias occidentales, decididas a mover pieza en provecho de sus intereses más descarnados, y una Rusia que sigue jugando la carta de un imperio que impone reglas del juego en sus países vecinos.
No parece, en paralelo, que nos encontremos ante una reaparición de la guerra fría. Al respecto cabe invocar dos argumentos principales. El primero señala que en el momento presente no se enfrentan dos cosmovisiones y dos sistemas económicos diferentes. Aunque el capitalismo occidental y el ruso muestren modulaciones distintas, es fácil apreciar una comunidad de proyectos e intereses. El segundo de esos argumentos subraya que existe una distancia abismal entre el gasto en defensa de las potencias occidentales y el que mantiene Rusia. Son varios los Estados miembros de la OTAN que, cada uno por separado, han decidido preservar un gasto militar más alto que el ruso. Pero por detrás se aprecian también enormes disparidades en el tamaño de las economías: no se olvide que el PIB ruso, en paridad de poder adquisitivo, es un 15% del de la UE. Y hay enormes distancias, en suma, en lo que se refiere a población y peso en el comercio mundial. Mientras la Unión Europea cuenta con 500 millones de habitantes y corre a cargo del 16% de las exportaciones registradas en el planeta, y China tiene 1.300 millones de habitantes y protagoniza el 8% del comercio mundial, Rusia está poblada por algo menos de 145 millones de personas —un 2,4% de la población total— y realiza un escueto 2,5% de las exportaciones.
Pareciera, en fin, como si Rusia no hubiera recibido agravio alguno y se comportase como una potencia agresiva ajena a toda contención. La realidad es bastante diferente. En lo que al mundo occidental se refiere, Rusia lo ha probado casi todo en el último cuarto de siglo: la docilidad sin límites del primer Yeltsin, la colaboración de Putin con Bush hijo entre 2001 y 2006, y, en suma, una moderada confrontación que era antes la consecuencia de la prepotencia de la política estadounidense que el efecto de una opción propia y consciente. Moscú no ha sacado, sin embargo, provecho alguno de ninguna de esas opciones. Antes bien, ha sido obsequiado con sucesivas ampliaciones de la OTAN, con un reguero de bases militares en países cercanos, con el descarado apoyo occidental a las revoluciones de colores y con un displicente trato comercial. No es difícil, entonces, que, en un escenario lastrado por la acción de una UE impresentablemente supeditada a los intereses norteamericanos, Rusia entienda que está siendo objeto de una agresiva operación de acoso, y ello por mucho que las diferencias no las marquen ahora ideologías aparentemente irreconciliables, sino lógicas imperiales bien conocidas.
Extracto del libro Rusia frente a Ucrania, de Carlos Taibo, de Libros de la Catarata. A la venta a final de mes.

Thursday, April 10, 2014

Grupos prorrusos se lanzan a la secesión en el este de Ucrania con el respaldo de Moscú - Noticias de Mundo

Grupos prorrusos se lanzan a la secesión en el este de Ucrania con el respaldo de Moscú - Noticias de Mundo



Manifestantes prorrusos se enfrentan a proucranianos en la ciudad de Kharkiv (Reuters).

Ahora es el Kremlin quien considera "inadmisible" el uso de la fuerza. Después de que grupos prorrusos declarasen ayer la independencia de la región de Donetsk, incautasen armas y ocupasen edificios administrativos en otras tres ciudades del este de Ucrania, el Gobierno de Kiev denunció la existencia de un plan para justificar una invasión rusa en el corazón industrial ucraniano. Moscú respondió instando a "respetar las aspiraciones" de los "manifestantes"; también lanzó una advertencia: el uso de la fuerza para contener las protestas secesionistas será "inadmisible".
Para el Gobierno de Kiev, la toma de edificios estatales en la cuna industrial del país y la declaración de independencia en Donetsk, la segunda ciudad de Ucrania, es una réplica de los acontecimientos vividos en la península de Crimea, que Moscú se anexionó después de que sus tropas la ocuparan el pasado mes. Por ello, acusó a Rusia de orquestar el "desorden separatista" vivido en las últimas horas en el este, en particular en las ciudades de Donetsk, Jarkiv y Luhansk, donde sobre los edificios oficiales ondea ya una bandera rusa. Washington respalda estas acusaciones. La Casa Blanca advirtió a Moscú a que si emprende acciones en la zona, sea de forma "abierta" o "encubierta", supondría una "escalada muy grave" en la crisis.
Nuestro oEl presidente interino de Ucrania, Oleksander Turchinov, anunció ayer en un discurso televisado a la nación que se desplegarán "medidas antiterroristas" contra los que han tomado las armas en el este. Se refería a los activistas separatistas que mantienen ocupada desde el domingo la sede del Gobierno regional y han proclamado la independencia de la República de Donetsk. Tras el asalto, los activistas prorrusos crearon el Consejo Popular de Donbass (región de Donetsk), supuestamente formado por cargos electos, en el que se proclamó la independencia de la República Popular de Donetsk y se aprobó la celebración de un referéndum de adhesión a Rusia antes del 11 de mayo. Además, y se pidió a Rusia el envío de una fuerza militar de paz.
Las autoridades, por su parte, piden a los prorrusos que dialoguen y que depongan las armas "de inmediato" para evitar un derramamiento de sangre. Este mismo lunes los medios ucranianos informaron de que los asaltantes atrincherados en la sede del Gobierno regional de Donetsk cuentan con lanzagranadas y ametralladoras.
Moscú advierte sobre el uso de la fuerza
Mientras, el ministro de Exteriores ruso, Sergei Lavrov, instó a su homólogo ucraniano, Andrei Deshchitsa, a "respetar las aspiraciones" de las personas que viven en la zona sureste de Ucrania y subrayó que el uso de la fuerza para contener las manifestaciones sería "inadmisible". El ministro ruso calificó las protestas y asaltos de "peticiones legales". En este sentido, Lavrov afirmó que los manifestantes tratan de "proteger su idioma, cultura y derechos socioeconómicos". En el edificio ondea aún la bandera rusa izada durante el asalto y manifestación del domingo y activistas enmascarados custodian la azotea del inmueble armados con bates de béisbol y porras sustraídas a los policías durante los breves disturbios ocurridos durante la toma del edificio.
Los manifestantes pro-Kremlin ya controlan cinco sedes administrativas del Estado en las tres principales ciudades del Este rusoparlante ucraniano tras tomar la oficina del Servicio de Seguridad de Ucrania (SSU, antiguo KGB) en Járkov y la filial del Banco Nacional en Lugansk. En Járkov, donde al menos 15 personas resultaron heridas en enfrentamientos entre simpatizantes prorrusos y activistas del Euromaidán (como se conoce al movimiento popular que derrocó al presidente Víktor Yanukóvich), los manifestantes asaltaron y tomaron la sede del Gobierno regional. "Nuestro objetivo es aguantar aquí 24 horas. Para entonces, llegarán refuerzos de Donetsk y Lugansk (los bastiones prorrusos en Ucrania). Ya hemos hablado con unos y otros", dijo a sus correligionarios uno de los líderes de la protesta, Yegor Logvínov, según medios locales.
Mientras, el gobernador de Járkov designado por Kiev, Ígor Baluta, calificó de "provocación" los enfrentamientos vividos este domingo en la segunda ciudad del país. "No tengo ninguna duda de que el guión de este conflicto no se escribió ni en nuestra ciudad ni tampoco en nuestro país. Los acontecimientos en Donetsk y Lugansk no hacen más que confirmarlo", dijo Baluta en alusión a la "mano negra" de Moscú en los disturbios antigubernamentales en el este fronterizo con Rusia.
EEUU no cree "en la espontaneidad de las protestas"
El jefe de la diplomacia estadounidense, el secretario de Estado John Kerry telefoneó de nuevo ayer su homólogo ruso para pedirle que Moscú desacredite "públicamente" a los "separatistas, saboteadores y provocadores" que continúan activos en Ucrania. Para Kerry, estas acciones "no parecen ser espontáneas" y respaldó la versión de Kiev al sugerir "una campaña cuidadosamente orquestada con el apoyo ruso". En este sentido,recordó "los recientes arrestos de miembros de la Inteligencia rusa" en Ucrania.