(Pienso, hablando legalmente, que hay una razón muy sólida para enjuiciar a todo presidente norteamericano desde la segunda guerra mundial. Todos han sido francos criminales o han estado involucrados en serios crímenes de guerra.) Chomsky

Tuesday, March 31, 2009

¿Que hacer?

Publicado en la revista digital SISTEMA, 16 marzo 2009

El artículo documenta el enfado popular existente en EE.UU. hacia las instituciones políticas, financieras y mediáticas de aquel país, enfado responsable de la elección del candidato Obama, el cual, al ser elegido Presidente, se ve en ocasiones desbordado por tal enfado que refleja un deseo de cambio más intenso y profundo del que el Presidente Obama estaba dispuesto a realizar. El artículo muestra ejemplos de esta situación.


Y este pone manos a la obra para repensar este momento y poner todos los medios para impedir que sean los mismos, los que han llevado las cosas hasta esta siruacion los que capitaneen la solucion: imbecil solucion que no sera otra cosa que mas de lo mismo en otros terminos y acumulando, si ello es posible, todo el poder en menos manos. Continua el saqueo y no hay a donde ir. ¿Que hacer?


La lucha de clases en EE.UU. Por Vicenç Navarro

Posted: 23 Mar 2009 11:10 AM PDT

Publicado en el periódico digital EL PLURAL, 20 marzo 2009

El artículo critica la llamada a la congelación y bajada de salarios que varios autores y el mundo empresarial en Europa y en España están pidiendo. Este artículo analiza el conflicto que existe hoy en EE.UU. entre el mundo empresarial por un lado y los sindicatos (apoyados por la Administración Obama) por el otro para pasar una ley que facilita la sindicalización de los trabajadores que les permita subir sus salarios y su capacidad adquisitiva, considerándose este aumento como un componente muy importante del estimulo económico. Durante la época Bush júnior, las familias de clase trabajadora (que en EE.UU. se las define como clases medias) vieron una reducción de su ingreso familiar de 2.500 dólares. Esta reducción salarial contrastó con el enorme incremento de los beneficios empresariales. La disminución de las rentas de la clase trabajadora ha sido una consecuencia de la debilidad de los sindicatos, resultado de la enorme agresividad de la clase empresarial apoyada por la Administración Bush que ha hecho todo lo humanamente posible para reducir el poder y la influencia sindical en las empresas. Sólo el 7,5% de los trabajadores están sindicalizados, y ello a pesar de que la mayoría de trabajadores en EE.UU. indican que desearían estar sindicalizados si se les diera la oportunidad de hacerlo, lo cual no es nada fácil debido a las grandes dificultades que el mundo empresarial pone a que los trabajadores se sindicalicen. En EE.UU. hay, en general, una relación clara entre el grado de sindicalización de una empresa y el salario de los trabajadores que están sindicalizados en aquella empresa. Los convenios colectivos, por cierto, sólo cubren a los trabajadores del sindicato que negocia, no a todos los trabajadores en la empresa. De ahí que el debilitamiento de los sindicatos a nivel empresarial haya sido una estrategia clave para reducir los salarios.
El cambio de gobierno, con una Administración y un Congreso más sensibles a las peticiones de los sindicatos (que apoyaron activamente el cambio ocurrido en la Administración y en el Congreso) ha creado una lucha intensa entre éstos y las asociaciones empresariales. Si usted visita EE.UU. estos días, verá en la televisión anuncios a favor y en contra de la Ley EFCA (Employee Free Choice Act), “La ley de la libre elección en el puesto de trabajo” refiriéndose en el título de la ley a la libertad que los empleados debieran tener para sindicalizarse si así lo desean, impidiendo los obstáculos que la empresa pone para que tal libertad se manifieste. Tal ley ha sido propuesta por los sindicatos y ha sido apoyada por la Administración Obama. La Ministra de Trabajo de tal gobierno, la Sra. Solís (que fue sindicalista, y de padres sindicalistas y la Ministra más progresista del gobierno Obama, apoya activamente la ley frente al director de la oficina económica de la Casa Blanca, el Sr. Lawrence Summers (próximo a la Banca) que se opone. El Presidente Obama, sin embargo, la apoya. La Cámara de Comercio se opone activamente, invirtiendo 200 millones de dólares en campañas televisivas para derrotarla, argumentando que la aprobación de tal Ley implicaría “la desaparición de la civilización americana”, frase que utiliza en la promoción de su postura antisindical. Tal promoción utiliza, por cierto, declaraciones que el Sr. Summers había hecho en el pasado oponiéndose a tal propuesta de ley. Esta Ley, en caso de aprobarse, tendría un impacto sustancial en el incremento de los salarios. Hoy un trabajador sindicalizado consigue, como promedio, un salario que es 33% superior al del trabajador no sindicalizado. Tal crecimiento de los salarios se considera, por la mayoría del Congreso y del Gobierno Obama, como un elemento muy importante del estímulo económico, permitiendo una mayor demanda por parte de la población.

Articulo completo

Thursday, March 26, 2009

Friday, March 20, 2009

dibujando aperos para la esperanza

panorama critico: "¿ Gobiernos indignos ? ¿ sistemas seudodemocráticos ?" GUSTAVO MARTÍN GARZO

Los niños muertos
No deberíamos olvidar nunca las imágenes de los niños palestinos heridos y muertos difundidas estos días por los medios de comunicación. Un padre mostraba el cuerpecito de su hijo como si fuera un cesto vacío; tres hermanos, tirados entre la ropa vieja, recordaban los corderos que se llevan las inundaciones; varios pequeños miraban en un hospital a los adultos como esos animales domésticos que no entienden al hombre. Son imágenes que nos acusan, pues somos responsables de ellas. Somos responsables por nuestra indiferencia, y por elegir en las urnas a gobiernos incapaces de reaccionar con dignidad ante horrores así.
Porque estos niños heridos y muertos recuerdan al rey Herodes y la matanza de los inocentes. No es una exageración. Los militares y políticos israelíes que han iniciado esta guerra no son mejores que el cruel rey que ordenó la muerte de los niños. Aún más, Herodes no rehuía la responsabilidad de sus actos. Es la diferencia entre los nuevos señores de la guerra y los villanos que poblaban nuestras fantasías infantiles.
Los antiguos villanos se sabían egoístas y malvados, lo que, paradójicamente, les volvía humanos; pero hoy día, ningún poderoso acepta actuar en nombre de sus propias pasiones. Los políticos de Israel se lamentan de que estén muriendo civiles en los bombardeos, pero son ellos los que lo ordenan. La culpa, nos dicen, es de Hamás y de los propios palestinos, que apoyan a grupos terroristas. Los niños mueren, pero nadie se hace responsable de ello, porque el mundo moderno ha apartado de sí la idea de la culpa, como responsabilidad personal.
Nuestros gobiernos lamentan, por ejemplo, los horrores de la guerra, pero a la vez venden las armas que se utilizan en los campos de minas en los países del Tercer Mundo, como denunció el fotógrafo Gervasio Sánchez en su valiente discurso en los Premios Ortega y Gasset. El mundo, la moral que hemos creado, absuelve a los poderosos de la responsabilidad y la culpa: les basta con alegar dudosas razones de Estado. Pero la muerte o la mutilación de un niño es uno de esos límites que no se pueden cruzar sin que todo lo que hemos construido, nuestro mundo y nuestros valores, se derrumbe como un castillo de naipes.
La razón de esta indiferencia es muy simple: no reaccionamos de la misma forma ante el sufrimiento de los otros como ante el propio. La convicción de que la víctima no es de los nuestros hace que el daño que se le pueda causar no sea visto igual que si fuera uno de nuestro grupo, raza o nación el afectado. Israel se comporta así con los palestinos. No se trata de una guerra de religiones, ni del enfrentamiento de culturas distintas (las culturas árabes, judías y cristianas tienen un tronco común), sino de un simple problema de racismo.
En el fondo, una parte importante del pueblo israelí no considera que los palestinos sean sus iguales. Sus gobiernos llevan años deshumanizándolos, y han hecho de Gaza un campo de concentración donde un millón y medio de seres humanos malviven como el ganado. Un sentimiento básico como la compasión desaparece cuando somos incapaces de ponernos en lugar del otro; por eso, los políticos israelíes pueden esgrimir fríamente la existencia de los atentados de Hamás para justificar sus crímenes. Pero Hamás es un grupo terrorista y no tiene sentido hacer responsable a la población civil de sus actos. Aún más,Hamás no existiría si los palestinos no vivieran humillados. Es una organización que instrumentaliza el sufrimiento de su pueblo, y que sin duda saldrá fortalecida de esta guerra. ¿Es tan torpe el Gobierno de Israel para no saber esto o es justo lo que busca para justificar en el futuro el uso arbitrario de la fuerza? Los palestinos de Gaza proceden de Israel, de donde fueron expulsados.
Israel y Egipto sellan sus fronteras impidiendo la libre circulación de los bienes y las personas. Los jóvenes no tienen futuro, viven en condiciones de extrema pobreza, y esta ausencia de perspectivas alimenta sus sentimientos de odio, pues la falta de libertad es más exasperante que la pobreza. En sus hospitales no hay medicinas, sus escuelas son pobres, no hay un Estado que les proteja. Debido a ello se vuelcan en grupos islamistas, que dan de comer a sus ancianos y enfermos, protegen a sus mujeres y llevan a la escuela a sus hijos.
Sorprende que algo así se mantenga desde hace años ante la indiferencia de todos. Refiriéndose a la situación de los palestinos en Gaza, un periodista escribió: "Aquí la vida y la muerte son lo mismo". Pero, paradójicamente, es el Gobierno de Israel el que se hace la víctima. Para ello apela al miedo, que deshumaniza al otro, pues nos hace verle como una amenaza. Los políticos y militares de Israel causan la muerte de centenares de personas, y dicen estar librando una lucha de supervivencia. Pero son ellos los que tienen el poder, el dinero, la fuerza, frente a los palestinos que no tienen nada. Piensan que haber sido los perseguidos en otro tiempo les da una autoridad moral infinita para hacer lo que quieran. Pero "ser una víctima, ha escrito Elisa Martín Ortega, no implica bondad ni rectitud. No es un valor, sino una condición, una desgracia". Los políticos de Israel hablan de terrorismo, pero qué decir de la guerra que ellos han iniciado, de los bombardeos de las escuelas y los mercados, de los niños que matan. ¿Cómo llamarán a eso?
Pero en Israel, esos niños no existen. Sus soldados no hacen daño a los enfermos, ni a las mujeres ni a los ancianos; sus bombas no destruyen las escuelas, los mercados o los hospitales. Hay un control absoluto de la información, y ni en la televisión ni en los periódicos se habla de lo que ocurre en Gaza de verdad. Aún más, ante cualquier crítica se invoca el antisemitismo como argumento defensivo principal, aunque sean sus gobernantes los que estén traicionando los principios de la delicada y honda cultura judía que dicen representar. Es una conducta que exaspera a los palestinos, a los que sólo queda la salida del fanatismo. El fanatismo se alimenta de la debilidad. El principio de que todo hombre debe reconocer al otro como un semejante, lejos de ser evidente, es una conquista de la voluntad. Que la inteligencia venga a socorrer al amor, escribió Antoine de Saint-Exupéry. Sólo los más fuertes, desde un punto de vista moral, son capaces de evitar responder con violencia a los violentos y de escuchar las palabras de la dulce y amigable razón.
Emmanuel Lévinas, en una de sus lecciones talmúdicas, habló de las ciudades refugio. Eran lugares en que podían cobijarse quienes habían matado a alguien sin quererlo. Su acción había sido involuntaria, por lo que no podían ser condenados, pero necesitaban protegerse de los amigos o familiares del muerto. Eso era una ciudad refugio, un lugar donde se recibía a los que, no siendo culpables, tampoco eran enteramente inocentes. Lévinas pensaba que Occidente podía verse como una de esas ciudades refugio. Puede que no seamos culpables de las cosas que ocurren a nuestro alrededor, pero tampoco somos inocentes de ellas. No deberíamos olvidar esto, a riesgo de caer en lo más terrible: la indiferencia ante el dolor de nuestros semejantes.
Publicado por Roberto en 13:39