El pasado sábado, una cadena de televisión tunecina, Ettunisia, entrevistó a un yihadista retornado de Siria que, horas más tarde, sería detenido por la policía.Abou Qussay, enmascarado tras un pasamontañas y un nombre falso, contó al periodista Naouferl Ourfani su experiencia en las trincheras sirias como voluntario del Frente Nusra, la milicia islamista que hace unos meses se desmarcó de Al-Qaeda para acabar combatiendo al ISIS (Estado Islámico de Iraq y Siria). Su relato hay que tomarlo con muchas precauciones, sobre todo en lo que se refiere al número y papel de los tunecinos y la presencia de mujeres extranjeras mitad combatientes mitad prostitutas. Lo más importante, a mi juicio, es el hecho de que los tunecinos, junto a otros voluntarios yihadistas, están volviendo a sus países de origen. Y ello como consecuencia -según el testimonio de Abou Qussay- de las luchas internas y del retroceso del islamismo radical en Siria.
Este retorno preocupa mucho al gobierno tunecino y a los gobiernos vecinos (Argelia y Libia) y entraña graves riesgos para todos. El mayor no es el aumento del terrorismo mismo, no desdeñable, sino la creciente atención -obsesiva y prioritaria- que estos gobiernos prestan a la “lucha contra el terrorismo”, mantra muy familiar que ha justificado décadas de dictadura local en el mundo árabe, de retrocesos del Estado de Derecho en los países europeos y de intervenciones imperialistas a nivel global. En Túnez, por ejemplo, tanto la partida como ahora el regreso de voluntarios de Siria fue y es una cuestión de política interna y la propia entrevista a Abou Qussay en Ettunisia conviene interpretarla en esa clave. En la operación exitosa de acoso y derribo contra el gobierno de Ennahda, el “terrorismo” jugó un papel fundamental. A juicio de la beligerante oposición, Ali Laraidh y sus ministros eran responsables, activos o pasivos, de todos los atentados y todas las violencias (y, por supuesto, del flujo yihadista a Siria). Desde que el gobierno “tecnócrata” de Mehdi Jumaa asumió las riendas el pasado mes de enero se han producido nuevos atentados, algunos muy graves (como la reciente emboscada en Jendouba en un falso control de falsos policías), pero el “terrorismo” ha asumido una consistencia objetiva, casi natural, que concita el consenso de todos los partidos. Todos cierran filas con el nuevo gobierno mientras Ennahda, un poco asustada por el empujón egipcio y la deriva regional y también oportunista, guarda silencio y se prepara para las elecciones. El apoyo de unos y el silencio de otros permite a Jumaa firmar acuerdos con la UE sobre política migratoria, pactar con el FMI, acelerar la renaturalización de los fulul del antiguo régimen y visitar Arabia Saudí sin que ni partidos ni medios de comunicación -tan belicosos contra el “islamismo” de Ennahda- levanten la voz.
Pero el retorno de Abou Qussay es un indicio esperanzador para Siria. Cuando se cumplen tres años de revolución y dos años y medio de guerra, conviene recordar que, en el terreno militar, la reorganización de las milicias rebeldes, por presiones externas e internas, ha logrado expulsar al ISIS (el grupo de Al-Qaeda) de numerosas zonas donde se había hecho fuerte. Esto es una buena noticia para la revolución y una mala noticia para el régimen. Porque, como bien saben todos los que conocen la realidad siria, Al-Qaeda se ha limitado a aprovechar una “ventana de oportunidad” propiciada por la política de destrucción total de Al-Assad, pero no ha sido ni es una “baza americana” sino más bien una baza del propio régimen. Mientras las conversaciones de Ginebra se hunden en el abismo, tocadas también de muerte por la crisis ucraniana, y el ejército assadiano recupera la ventaja militar, el retroceso de este fascismo siamés -el del yihadismo funcional al fascismo de la dictadura- refresca de algún modo el impulso original o, al menos, demuestra el carácter advenedizo y forzado de una “yihadización” que una buena parte del pueblo sirio considera no menos “contrarrevolucionaria” que al propio Al-Assad.
Tres marzos después, en cualquier caso, conviene evitar dos ilusiones: la de que no ha pasado nada desde las primeras manifestaciones pacíficas y la de que ya no hay otra cosa que una “guerra sectaria” en Siria. Creo que, para conjurar estas dos tentaciones, es muy bueno escuchar a los sirios que quedan vivos y, entre ellos, al admirable Yassin Al-Haj Saleh, un intelectual marxista del que puede leerse una reciente entrevista en traducción al castellano. Yassin Al-Haj Saleh fue encarcelado por Hafez Al-Assad por pertenecer al disidente Partido Comunista-Buró Político de Riad Aturki y estuvo 16 años en prisión. Cuando comienza la revolución en marzo de 2011 tiene que esconderse y pasa más de dos años en la clandestinidad, en Damasco y Raqqa, participando en la organización de las Coordinadoras Locales y tratando de hacer llegar la voz de la revolución democrática fuera del país a través de denuncias y análisis indispensables para comprender la legitimidad y el curso de lo que, todavía hoy, él sigue llamando, sin ninguna duda, “revolución”.
¿Qué ha pasado en estos tres años? Resumo breve y libremente el relato de Al-Haj-Saleh, que comparto en su totalidad.
Ha pasado que la dictadura ha matado, encarcelado, torturado, desaparecido y/o expulsado del país a decenas de miles de líderes y militantes democráticos -mientras liberaba o dejaba tranquilos a los feroces yihadistas que decía combatir y gracias a cuya existencia trataba de legitimarse en el exterior-.
Ha pasado que la política de destrucción sistemática, brutal, total, aplicada por el régimen -con bombardeos aéreos de población civil, hambrunas inducidas, torturas y empleo más que probable de armas químicas- ha facilitado el protagonismo militar del yihadismo, a veces tan salvaje como el propio régimen, en el terreno militar.
Ha pasado que la oposición siria reconocida, controlada por el exilio y por Arabia Saudí y Qatar (enfrentados entre sí), ha sido incapaz de representar y unir el frente revolucionario del interior, contribuyendo al retroceso de la sociedad civil y al crecimiento del “internacionalismo yihadista”, el único que desgraciadamente ha llegado al país.
Ha pasado que, mientras Arabia Saudí, Qatar y Turquía alimentaban con armas, hombres y dinero a los grupos yihadistas y Rusia, Irán, Iraq y Hizbullah apoyaban con armas, hombres y dinero a la dictadura, las fuerzas democráticas, laicas e islamistas moderadas no recibían ninguna clase de ayuda solidaria, ni militar ni política, por parte de las presuntas democracias occidentales ni por parte de la presunta izquierda mundial. Mientras el imperialismo estadounidense amagaba una intervención -que muy pocos querían- para acabar imponiendo el desarme químico de la dictadura -en favor de Israel- y el desarme convencional de los rebeldes, legitimando así a la propia dictadura, el anti-imperialismo “oficial” sostenía el gobierno de Al-Assad y se hacía cómplice de sus crímenes.
Ha pasado que muchos intelectuales y partidos de izquierda, de manera sabihonda y con escasa sensibilidad ética, han recomendado a sus referentes en Siria, perseguidos durante años por la dinastía Al-Assad, que aceptaran el “mal menor” de la dictadura y se sometieran al poder colonial interno que los estaba matando (cuando no los bombardeaban virtualmente desde Madrid, Caracas u Ottawa acusándolos de traidores, imperialistas o mercenarios).
Ha pasado que la derecha y la izquierda, a nivel de gobierno, partidos y medios de comunicación, ha acabado convergiendo, salvo excepciones, en el mito de la “lucha anti-terrorista” para abandonar o ignorar u ocultar la resistencia heroica y el dolor inconmensurable de millones de sirios que quieren paz, libertad y dignidad. Son los sirios los que están luchando contra el terrorismo, el del régimen y el de Al-Qaeda, ante el silencio estrepitoso, cuando no la complicidad expresa, de todas las fuerzas y todas las potencias.
Ha pasado, en fin, que, tres años después, dos evidencias se imponen rotundamente: la de que las posibilidades de autodeterminación para Siria han disminuido trágicamente en el avispero geopolítico inter-imperialista y la de que, de todos modos, cualquier esperanza de construcción nacional democrática, reconciliación y des-yihadización pasa hoy, como en marzo de 2011, por el derrocamiento de Bachar Al-Assad y de su criminal régimen fascista.
Sirvan estas líneas de solidaridad y homenaje a Yassin Al-Hajj Saleh y a todos los que, como él, siguen luchando por una Siria soberana, libre, justa, laica, democrática, social. Y a todos los que ya no luchan porque los han matado.
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