Es enorme el asco que se puede acumular, es infimo la herencia que dejan estos "magnates". Han pasado los siglos, hemos edulcorado los dias pero el mismo dolor tremendo, las mismas muertes criminales, la misma impotencia...¿Bailamos menos en las plazas?, ¿jugamos menos en las calles? Nos tratan de convencer de que todo ha cambiado...y lo consiguen.
Ser millonario es ser criminal: Ricardo Candia Cares
El planeta se agota a pasos agigantados. El peligro de una guerra nuclear, la deforestación de vastos territorios, la super explotación de los recursos naturales, la pauperización de miles de millones de seres humanos, la escasez de agua, son algunos de los efectos que producen los dementes que conforman la lista de la revista Forbes de los más ricos del mundo.
Tan difícil como entrar a sus fortalezas en las cuales viven a salvo de la vida, es tratar de comprender lo que pasa por la cabeza de un magnate que ha acumulado tanta riqueza que ni la imaginación más desaforada podría especular para qué. Igualmente difícil sería calcular cuánta explotación y sufrimiento humano hay en la base de esas fortunas enfermas. Un millonario que tiene tanto al extremo de no saber cuánto, no puede ser una persona sana, un ser humano con sus sentidos funcionando del mismo modo que el resto de los humanos. El afán por el acopio que los protohumanos desarrollaron enfrentados a inviernos terribles o sequías interminables, tenía una explicación por la necesidad de cuidar a los suyos de eventos que estaban lejos de poder regular. De ese primer sentido de la urgencia viene en el ser humano contemporáneo la necesidad de prever y guardar como las hormiguitas que saben cuando la cosa viene mala.
Pero los bichos humanos que acopian nadie sabe para qué, están terminando con el planeta. Un puñado de estúpidos millonarios son dueños de las tres cuartas partes del mundo por su enfermiza e inextinguible compulsión por tener más y más. ¿Qué descompensación emocional, qué trauma en mitad de su infancia los ha cubierto de insensibilidad respecto del planeta y sus limitaciones? ¿Qué evento trágico los hizo unos necios extremos?
Las guerras hacen más ricos a los millonarios. Detrás de cada bala que mata a una persona, hay un magnate que la vendió. Detrás de cada bomba curiosamente llamada inteligente, que descuartiza niños en Paquistán, hay un magnate que la concibió, desarrolló y vendió a buen precio. Del mismo modo, en cada uno de los proyectos que amenazan a la gente, hay millonarios que cierran los ojos y consideran a esas personas y animales y peces y flores y bichos, como estupideces que no tienen ninguna importancia. Para un millonario promedio la vida es lo que alcanza a ver en los monitores de sus inalcanzables oficinas. El resto, es material prescindible, una escoria que es necesario amontonar en algún rincón estéril.
Cada uno de los proyectos que pretenden generar energía sucia y que no atienden los llamados de la población ni los gritos del medioambiente es un negocio que hará más millonario a uno que ya lo es en demasía. Cada uno de los relaves criminales que amenazan a bucólicos pueblos de campesinos inofensivos, son de propiedad de estúpidos que viven en mansiones acolchadas, a las que no llegan los sonidos del mundo profano.
Estos criminales de misa dominical y cilicio, son genocidas que debieran se juzgados como tales, y fusilados.
Sin embargo no están solos. Se esconden detrás de abogados, ministros, policías y militares. Y no trepidan en enviar a sus legiones de vehículos verde opaco contra quienes osen desafiar sus millones. La propiedad privada es el dios contemporáneo y los políticos que les sirven, la guardia pretoriana que todos los días crucifica a miles de cristos desarrapados, ofendidos, explotados y perseguidos.
El advenimiento de un millonario a La Moneda, corresponde a la maldición hecha realidad que repite la chusma sin norte: ellos saben hacer plata y nos enseñarán ese secreto.
Este es un momento cúlmine en la historia de este maltratado país. El presidente millonario no hará otra cosa que gobernar para sus colegas. Los proyectos energéticos sucios, las minas que envenenan los valles, los negocios del gas de Punta Arenas, la estafa de las universidades privadas, el aliento privatizador de la educación básica y media, la salud pública que hará más millonarios a los dueños de las clínicas privadas, las cárceles entregadas a la voracidad de otros magnates, la riqueza que generan las carreteras, las fortunas que cambian de manos en las AFP cada día, constituyen la política cultural del régimen encabezado por una persona compulsivamente rica.
Sería bueno medir la cantidad de energía que gasta un millonario promedio y contrastarla con la que gasta un pobre diablo común. O mejor aún, crear un índice de responsabilidad con las tragedias que a menudo azotan la geografía de los pobres. A ver ahí quién tiene más.
Sólo por darse cuenta de qué servirían los infinitos millones que respaldan a los orgullosos miembros del listado Forbes, sería bueno un ensayo general de un cataclismo sin retorno. ¿En qué cosa lastimosa se convertirían esas montañas de billetes verdes en la noche final del holocausto que la insanía de los millonarios creó?
(“Punto Final”, edición Nº 727, 21 de enero 2011)
Ser millonario es ser criminal: Ricardo Candia Cares
El planeta se agota a pasos agigantados. El peligro de una guerra nuclear, la deforestación de vastos territorios, la super explotación de los recursos naturales, la pauperización de miles de millones de seres humanos, la escasez de agua, son algunos de los efectos que producen los dementes que conforman la lista de la revista Forbes de los más ricos del mundo.
Tan difícil como entrar a sus fortalezas en las cuales viven a salvo de la vida, es tratar de comprender lo que pasa por la cabeza de un magnate que ha acumulado tanta riqueza que ni la imaginación más desaforada podría especular para qué. Igualmente difícil sería calcular cuánta explotación y sufrimiento humano hay en la base de esas fortunas enfermas. Un millonario que tiene tanto al extremo de no saber cuánto, no puede ser una persona sana, un ser humano con sus sentidos funcionando del mismo modo que el resto de los humanos. El afán por el acopio que los protohumanos desarrollaron enfrentados a inviernos terribles o sequías interminables, tenía una explicación por la necesidad de cuidar a los suyos de eventos que estaban lejos de poder regular. De ese primer sentido de la urgencia viene en el ser humano contemporáneo la necesidad de prever y guardar como las hormiguitas que saben cuando la cosa viene mala.
Pero los bichos humanos que acopian nadie sabe para qué, están terminando con el planeta. Un puñado de estúpidos millonarios son dueños de las tres cuartas partes del mundo por su enfermiza e inextinguible compulsión por tener más y más. ¿Qué descompensación emocional, qué trauma en mitad de su infancia los ha cubierto de insensibilidad respecto del planeta y sus limitaciones? ¿Qué evento trágico los hizo unos necios extremos?
Las guerras hacen más ricos a los millonarios. Detrás de cada bala que mata a una persona, hay un magnate que la vendió. Detrás de cada bomba curiosamente llamada inteligente, que descuartiza niños en Paquistán, hay un magnate que la concibió, desarrolló y vendió a buen precio. Del mismo modo, en cada uno de los proyectos que amenazan a la gente, hay millonarios que cierran los ojos y consideran a esas personas y animales y peces y flores y bichos, como estupideces que no tienen ninguna importancia. Para un millonario promedio la vida es lo que alcanza a ver en los monitores de sus inalcanzables oficinas. El resto, es material prescindible, una escoria que es necesario amontonar en algún rincón estéril.
Cada uno de los proyectos que pretenden generar energía sucia y que no atienden los llamados de la población ni los gritos del medioambiente es un negocio que hará más millonario a uno que ya lo es en demasía. Cada uno de los relaves criminales que amenazan a bucólicos pueblos de campesinos inofensivos, son de propiedad de estúpidos que viven en mansiones acolchadas, a las que no llegan los sonidos del mundo profano.
Estos criminales de misa dominical y cilicio, son genocidas que debieran se juzgados como tales, y fusilados.
Sin embargo no están solos. Se esconden detrás de abogados, ministros, policías y militares. Y no trepidan en enviar a sus legiones de vehículos verde opaco contra quienes osen desafiar sus millones. La propiedad privada es el dios contemporáneo y los políticos que les sirven, la guardia pretoriana que todos los días crucifica a miles de cristos desarrapados, ofendidos, explotados y perseguidos.
El advenimiento de un millonario a La Moneda, corresponde a la maldición hecha realidad que repite la chusma sin norte: ellos saben hacer plata y nos enseñarán ese secreto.
Este es un momento cúlmine en la historia de este maltratado país. El presidente millonario no hará otra cosa que gobernar para sus colegas. Los proyectos energéticos sucios, las minas que envenenan los valles, los negocios del gas de Punta Arenas, la estafa de las universidades privadas, el aliento privatizador de la educación básica y media, la salud pública que hará más millonarios a los dueños de las clínicas privadas, las cárceles entregadas a la voracidad de otros magnates, la riqueza que generan las carreteras, las fortunas que cambian de manos en las AFP cada día, constituyen la política cultural del régimen encabezado por una persona compulsivamente rica.
Sería bueno medir la cantidad de energía que gasta un millonario promedio y contrastarla con la que gasta un pobre diablo común. O mejor aún, crear un índice de responsabilidad con las tragedias que a menudo azotan la geografía de los pobres. A ver ahí quién tiene más.
Sólo por darse cuenta de qué servirían los infinitos millones que respaldan a los orgullosos miembros del listado Forbes, sería bueno un ensayo general de un cataclismo sin retorno. ¿En qué cosa lastimosa se convertirían esas montañas de billetes verdes en la noche final del holocausto que la insanía de los millonarios creó?
(“Punto Final”, edición Nº 727, 21 de enero 2011)
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