El diario británico Daily Mail informaba el pasado sábado en un artículo: “Caza de los asesinos Isis: Un terrorista identificado como ‘joven francés era bien conocido por las autoridades’ – A otros dos les encontraron pasaporte sirio y egipcio”.
Estos últimos habían llegado a Grecia como “refugiados” y se trasladaron a París poco después.
El periódico insiste en la ineficacia (voluntaria, añado yo) de esos servicios especiales de seguridad, dado que en enero de 2015, tras el ataque a Charlie Hebo, que dejó 12 muertos, se reveló que esos organismos franceses de control y seguimiento de posibles terroristas, habían vigilado de cerca, durante 10 años, a uno de los autores del atentado, al que meses antes se detuvo y encarceló por delitos de agresión y robo.
Para colmo, esos servicios detectaron que uno de ellos (Said Kouachi) había huido de Francia y llegado como mercenario a Oriente Medio, para combatir en las filas del llamado Ejército Libre Sirio, pero tras no recibir el dinero estipulado, regresó a París.
A partir de entonces fue nuevamente observado, pero sorprendentemente se recibieron órdenes superiores de abandonar la vigilancia de la familia Kouachi, dos de cuyos miembros (el mentado Said y su hermano Cherif), fueron finalmente quienes asesinaron a nueve trabajadores de la publicación y a tres policías.
La sociedad francesa (y casi todas) apunta hacia otro lado cuando pide un mayor control de las personas que llegan al país como emigrantes o refugiados. El problema no son las leyes de inmigración en Francia.
Las personas clasificadas como potencialmente peligrosas y residen en aquel territorio, acostumbran a ser rastreadas por los organismos de seguridad franceses. Y el problema tampoco es Siria, como sugiere cierta prensa gala.
De Lyon a Marsella, de Metz a San Juan de Luz, hay miles de ciudadanos/as franceses que viajaron primero a Libia, luego a Damasco, Homs, Aleppo, para entrenarse en ese tipo de actividades sangrientas, para posteriormente regresar a Francia.
Muchos mueren, otros llegan malheridos, otros desertan, pero quienes vuelven sanos y salvos comienzan a ser controlados por los organismos de seguridad franceses.
Ese es el problema. Las agencias de seguridad francesas se lavan las manos sobre lo que traman estos individuos, que pasan por trabajadores/as normales, pasean, van al cine, tienen novia/o y alquilan apartamentos.
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