China e India coinciden en la necesidad de establecer un nuevo orden global más acorde a los intereses de los países emergentes, lo que está llevando a sus dirigentes a limar las asperezas de sus relaciones bilaterales. Si se consolidara el acercamiento de los dos gigantes asiáticos, cuyas economías son complementarias, la distribución del poder en el mundo se vería seriamente afectada por la arrolladora realidad de Chindia.
Las enormes diferencias que separan a los vecinos, incluidos sus opuestos sistemas políticos –la meritocracia confuciana-comunista frente a la mayor democracia del mundo—, se diluyen en el empeño del presidente chino, Xi Jinping, por que India sea el pilar de su estrategia de desarrollo regional en el subcontinente asiático, y en el pragmatismo del primer ministro indio, Narendra Modi, dispuesto a dejarse querer por cualquiera que impulse el crecimiento económico de su país. Ambos mandatarios parecen decididos a dar un giro fundamental a las relaciones de sus Estados, cuyo principal obstáculo son las disputas fronterizas.
Después de tres décadas de crecimiento por encima del 10%, todos los índices apuntan a una ralentización de la economía china cuyas máximas cotas de expansión se sitúan en torno al 7% para esta década. India, por el contrario, se prepara para dar el salto que la convertiría en una de las economías más dinámicas del mundo. Para ello cuenta con un sector privado pujante y emprendedor, además del potencial de sus 1.250 millones de habitantes, de los que casi la mitad tiene menos de 25 años. China, por el contrario, se enfrenta a una población envejecida por la política del hijo único y su iniciativa procede fundamentalmente del Estado.
El dragón es ya el principal socio comercial del elefante, con unos intercambios que superaron el año pasado los 100.000 millones de dólares (unos 92.000 millones de euros) , pero quiere un mayor acceso a un mercado millonario y a la inacabable cantera de ingenieros e informáticos que han hecho de India el paraíso de la tecnología de la información.
Pekín cuenta con una masa ingente de recursos financieros que quiere invertir sobre todo en Asia para garantizarse la conectividad tanto de transporte como energética con toda la región, de manera que, como Roma en la antigüedad, todos los caminos conduzcan a China. Nueva Delhi, mientras tanto, está sedienta de financiación para abordar el desarrollo de sus infraestructuras, cuya carencia supone un auténtico cuello de botella que impide la industrialización del país y la creación de empleo para las decenas de millones de jóvenes que cada año entran en el mercado laboral, entre ellos 100 millones de universitarios a lo largo de la próxima década. El Gobierno chino ya se ha comprometido a invertir 20.000 millones de dólares en las infraestructuras de su vecino.
Disputas fronterizas
Pese a los avances experimentados en los últimos veinte años en la cooperación entre los dos vecinos, esta se ha visto frenada por sus diferendos fronterizos, que en 1962 desataron una miniguerra y dispararon el recelo y la desconfianza mutuos. Sus actuales gobiernos, sin embargo, trabajan a destajo para poner fin a una disputa que no beneficia a ninguno y mantiene la tensión en la zona.
Aunque tanto Xi Jinping como Narendra Modi son nacionalistas, y por tanto poco dados a las cesiones territoriales, ambos ejercen un fuerte liderazgo –Modi cuenta con una amplia mayoría absoluta en la Cámara baja– que les permite abordar las cuestiones más espinosas. Muchos expertos consideran que Pekín y nueva Delhi tienen una oportunidad única para resolver el problema fronterizo.
Ambos países son conscientes de que se enfrentan a retos extraordinarios para encarar su futuro. Desde amenazas terroristas a presiones independentistas, pasando por una corrupción rampante y la necesidad de reformas estructurales de sus sistemas económicos y políticos. En esta situación la resolución de la disputa fronteriza facilitaría la pacificación de otras áreas conflictivas, como Cachemira, Assam o Tíbet.
Modi tiene previsto visitar Pekín en mayo y no se descarta que durante su estancia se anuncie un principio de acuerdo. Ya se intentó el pasado septiembre, durante la visita a Nueva Delhi de Xi, y no solo no fue posible, sino que ambos dirigentes tuvieron que dedicar su primera reunión a solucionar el incidente fronterizo desatado una semana antes, cuando decenas de soldados chinos penetraron en Ladakh, una de las zonas en disputa, y colocaron una bandera de la República Popular China.
El elefante y el dragón descongelaron sus relaciones en los 90 y acordaron que respetarían el status quoexistente y que tratarían de resolver sus diferencias a través del diálogo. Pekín, que considera las disputas fronterizas fruto de las ambiciones expansionistas del imperio británico, no reconoció hasta 1993 la línea de alto el fuego trazada tras el enfrentamiento de 1962 y denominada Línea Actual de Control.
Los pasos más importantes hacia la resolución del conflicto fronterizo se dieron en la pasada década. En 2003, Nueva Delhi reconoció Tíbet como territorio soberano de China, y en 2008, Pekín reconoció la soberanía india sobre Sikim. Ahora se precisa una nueva transacción que determine el futuro de Arunachal, que China reclama e India administra como un Estado más de la federación, y de Aksai Chin, un territorio inhóspito a 5.000 metros de altura, que Nueva Delhi considera parte de su distrito de Ladakh y China ocupa por su enorme valor geoestratégico entre las regiones de Tíbet y Xinjiang.
Esta semana, se han reunido las delegaciones de los dos países en Nueva Delhi. Son las primeras conversaciones fronterizas desde que Modi asumió el poder. No ha trascendido el contenido, pero la base de la negociación es el reconocimiento de la soberanía sobre los territorios que cada uno ocupa. Es decir, Arunachal Pradesh se quedaría en India y Aksai Chin en China.
La baza de un acuerdo fronterizo con India es muy importante para Pekín, que se encuentra enfrentado a otros vecinos por sus reivindicaciones en los mares del Este y del Sur de China. La presentaría como prueba de su flexibilidad y de su voluntad negociadora para resolver los conflictos de forma bilateral y pacífica, sin necesidad de que intervenga ningún otro país ni tribunal internacional. Pekín ha rechazado con rotundidad tanto la oferta de Estados Unidos de mediar en la disputa con Filipinas por las islas Spratly, como la decisión de Manila de llevar el contencioso al Tribunal de Arbitraje de la ONU.
Cálculos geopolíticos
Xi tiene un enorme interés en atraer a India, con lo que se garantiza que Washington no podrá contar con este país para su estrategia de cercar a China e impedir que vuelva a convertirse en el Imperio del Centro (significado de Zhongguo, su nombre en chino) que fue hasta el siglo XIX. Además, el intento seductor de Xi también está ligado al ambicioso proyecto de la nueva Ruta de la Seda. De ahí, la puesta en marcha el diciembre pasado del foro regional de Cooperación Económica Bangladesh-China-India- Myanmar (BCIM-EC, en las siglas en inglés).
Promovido por China desde finales del siglo pasado pero inactivo por las reticencias de India, el BCIM-EC pretende impulsar el brazo sur de esa antigua vía comercial. Para China lo importante es interconectar los cuatro países a través de una red terrestre de carreteras y ferrocarriles que faciliten la salida al océano Índico y su enlace con el corredor marítimo de la Ruta de la Seda, que debe unir Asia y África. India, sin embargo, apuesta por la interconexión energética y ve con recelo los avances chinos por el Índico. Nueva Delhi quiere mantener su supremacía en este océano y desconfía del reguero de acuerdos comerciales y ayudas que China está dejando en Sri Lanka, Maldivas y Seychelles, donde estableció en 2011 una base de reabastecimiento de su flota.
El despegue de BCIM-EC se enmarca dentro del juego de influencias internacionales que tanto Xi como Modi persiguen. Ambos gobiernos están empeñados en consolidar como grupo de referencia lo que nació en 2001 como una simple denominación por Goldman Sachs de los principales países emergentes: los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica). Tanto Pekín como Nueva Delhi ven en los BRICS la respuesta del siglo XXI al llamado G-7, creado en 1973 para coordinar las políticas financieras de los siete países más industrializados (Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Italia y Canadá).
Los BRICS suponen ya más del 25% del PIB mundial, además del 40% de la población y el 30% del territorio. Uno de sus logros más notables es la decisión de crear un banco, que debe echar a andar a finales de este año, con sede en Shanghai (China), presidido por un indio y con 100.000 dólares de recursos para financiar proyectos de infraestructura en los cinco países. Destaca entre los objetivos del banco, que pretende ser una especie de FMI, la concesión de ayudas “sin discriminación” por la relación que se mantenga con Estados Unidos.
Pekín y Nueva Delhi coinciden no solo en necesidad de crear nuevas instituciones de gobernanza global que faciliten la emergencia de distintos países, sino también en que no quieren destruir el orden establecido. La prioridad para ambos es la creación de alternativas.
Modi, que se ha revelado más jugador en la esfera internacional que impulsor de la agenda de reformas comprometida durante la campaña electoral, ha emprendido una ofensiva diplomática sin parangón. Su objetivo es situar a India al nivel de influencia de su vecino. De ahí, que se haya dejado cortejar por el presidente estadounidense, Barak Obama, y sus aliados del Pacífico, Japón y Australia, pero sin comprometerse a nada que pudiera dañar sus relaciones con Pekín. El dragón y el elefante se abren camino al andar.
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