La OTAN enviará más tropas al Este
CLAUDI PEREZ Bruselas
Los límites están cada vez más claros: el estatus quo actual en Ucrania es tolerable, pero el territorio OTAN es intocable. La Unión Europea y Estados Unidos volvieron a amenazar este miércoles con incrementar las sanciones si Rusia da un solo paso más en Ucrania, y sobre todo elevaron varios peldaños su apuesta si Moscú se atreve a ir incluso más allá. “Debemos asegurar una mayor presencia en los países más vulnerables”, dijo el presidente estadounidense, Barack Obama, tras la cumbre UE-EE UU en Bruselas. Obama afeó a los socios europeos su estrategia de defensa y les conminó a incrementar el gasto militar para reforzar la Alianza Atlántica. La OTAN recogió el guante de inmediato: su secretario general, el danés Anders Fogh Rasmussen, aseguró que habrá “medidas adicionales para reforzar la defensa colectiva”, incluyendo “planes de defensa actualizados y más desarrollados, ejercicios reforzados y despliegues apropiados” en la zona de tensión.
Sin decirlo con claridad, el comunicado divulgado por Rasmussen tras una corta entrevista con Obama revela la voluntad de activar una estrategia de disuasión para abortar los potenciales planes del presidente ruso, Vladímir Putin. Con la habitual jerga imposible de la OTAN, Rasmussen aludió a los planes de cooperación militar en la zona más amenazada por el desafío ruso —Polonia, los países bálticos y Rumanía, básicamente— y a la posibilidad de realizar ejercicios militares más allá de los ya previstos. La alianza envió hace un par de semanas dos aviones de vigilancia AWACS a las fronteras polaca y rumana con Ucrania. Y fuera del marco de la organización militar, EE UU reforzó su colaboración con Varsovia con el envío de 12 aviones de combate F-16.
Descartada la ofensiva militar, la forma que tiene la OTAN de mostrar su fuerza (nunca en Ucrania, que no forma parte de la organización, pero sí en los países cercanos) consiste en realizar esos ejercicios, una suerte de ensayos preparatorios para situaciones de emergencia. Se trata de acciones de disuasión: la organización los programa periódicamente, pero intensificarlos ahora en el Este responde a la creciente preocupación por la amenaza rusa.
La visita de Obama a Bruselas deparó un par de sorpresas entre los aliados, más unidos que antaño por el desafío de Putin pero a su vez con las habituales rencillas de familia que han caracterizado las relaciones de EE UU y la Unión desde la guerra fría. Los ataques terroristas del 11-S hicieron añicos la fantasía de que EE UU estaba protegido y sus ciudadanos eran inmunes a ataques dentro de su país; las pesadillas de Irak y Afganistán revelaron los límites de su supremacía militar. La crisis financiera y la Gran Recesión mostraron la fragilidad de la economía de EE UU, así como las costuras del proyecto europeo, cuya política exterior brilla por su ausencia desde Haití a las revoluciones árabes, con la sonora excepción de Irán. Hace tiempo que el centro de gravedad del mundo se desplaza del Atlántico al Pacífico, y que la actitud de la Casa Blanca hacia la UE oscila entre la simpatía y la indiferencia. Y sin embargo la irrupción de Rusia en Ucrania podría cambiar las cosas: la Unión y EE UU escenificaron en la cumbre su renovada concordia. Tras las recientes —y coordinadas— sanciones a Rusia, quieren estrechar lazos económicos y comerciales, y mantener los viejos vínculos militares. Pero ni siquiera un enemigo común consigue ocultar antiguas disputas: Obama reprochó abiertamente a la UE tanto su estrategia defensiva como su fragilidad energética, cuyos puntos débiles quedan al descubierto con el lío ucraniano.
“Es preocupante el bajo nivel del gasto en defensa en algunos países de la OTAN; la crisis ucrania nos recuerda que la libertad tiene un precio”, dijo Obama. EE UU viene alertando de eso mismo desde hace tiempo, pero la amenaza de Putin era una oportunidad inmejorable para poner una pica en Flandes. Nada nuevo bajo el sol: el ex secretario de Estado norteamericano Henry Kissinger ya acusaba en su día a los europeos de querer convertirse en un contrapeso de EE UU sin poner los medios presupuestarios necesarios. Kissinger alertaba en un libro reciente que esa estrategia traería el peor de los resultados: “Perturbar los procedimientos de la OTAN y dañar la cooperación entre los aliados sin reforzar la capacidad militar de la organización ni conseguir una verdadera autonomía europea”.
Obama repitió este miércoles ese discurso. “Estoy preocupado por la reducción del gasto en defensa entre algunos socios en la OTAN. Es comprensible en medio de una crisis que obliga a reducir los presupuestos, pero la situación en Ucrania nos recuerda que tenemos que estar dispuestos a pagar por las fuerzas y el entrenamiento necesario para tener una OTAN creíble. Eso no puede ser solamente un ejercicio de Reino Unido y de EE UU”, advirtió.
Solo desde la fragmentación europea puede entenderse que Moscú pueda desafiar tan abiertamente a la UE cuando esta supera a Rusia 3,5 veces en población, 10 veces en gasto militar y 15 veces en términos económicos. Obama atacó este miércoles por ese flanco y aludió también a la discutible estrategia energética de la Unión con un dardo afilado. Aseguró que pondrá gas en el mercado ante las eventuales dificultades de aprovisionamiento en algunos países europeos, pero con condiciones: “La Unión debe examinar sus propias fuentes de energía además de ver cómo Estados Unidos le puede suministrar gas; no hay fuentes de energía perfectas y baratas, pero a la luz de lo que ha pasado Europa debe acelerar su independencia energética”. El gas procedente del fracking estadounidense estará disponible “una vez se firme el acuerdo comercial transatlántico con la UE”. Traducción libre: Europa debe empezar a olvidarse de algunas de las reticencias a la firma de ese pacto, sobre todo en materia de protección del medio ambiente o de los datos de los consumidores, tras el escándalo sobre el espionaje desvelado por Edward Snowden. Cortesías de la geopolítica.
“No habrá una nueva guerra fría”
Una máquina de contar, con un dominio absoluto del tempo y de la escena, con un discurso a ratos cautivador. Y un auditorio entregado: el presidente de EE UU, Barack Obama, cerró este miércoles su viaje a Europa con una conferencia en el Palacio de las Bellas Artes de Bruselas en la que trató de espantar viejos demonios y esbozó la situación real del conflicto ucranio, alejada de la posibilidad de un conflicto a gran escala. “No nos equivoquemos: ni EE UU ni Europa tienen interés por controlar Ucrania. Y no nos adentramos en ninguna nueva guerra fría: después de todo, a diferencia de la Unión Soviética, Rusia no lidera ningún bloque de naciones ni ninguna ideología internacional”. EE UU, sostiene Obama, “no busca ningún conflicto con Moscú”. Y Rusia, a pesar de los pesares, no va a ser desalojada de Crimea: “Estamos interesados en una Rusia fuerte; queremos que el pueblo ruso viva con seguridad, prosperidad y dignidad, como cualquier otro. Pero eso no significa que Rusia pueda pisotear a sus vecinos”.
Las debilidades de Rusia son profundas y variadas: su demografía languideciente, su extrema dependencia de los recursos energéticos, su modelo de “nihilismo legal” —en feliz definición de su primer ministro Dimitri Medvédev— en manos de una élite política que no ha logrado detener el declive, pero que a la vez ha conseguido mantener una clase media numerosa. Los analistas recuerdan que la URSS se desmembró en 14 países, y que en la mitad de ellos hay bases de la OTAN; históricamente, las potencias en declive han sido siempre peligrosas. Con todo, los diplomáticos consideran probable que Ucrania se convierta en una especie de zona de seguridad, sin convertirse en socio de la OTAN —tal como explicó Obama— pero fuera ya del área de influencia rusa.
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