O por lo menos, su primera legislatura. Gracias a Wikileaks sabemos que un funcionario de la embajada de EE.UU. en Nueva Delhi informaba a Washington, en la primera mitad de 2008, de que responsables del Partido del Congreso le habían mostrado dos cofres llenos de fajos de billetes. Su objetivo, comprar votos para que no prosperara la moción de censura contra Manmohan Singh. El primer ministro, a consecuencia de su apuesta a muerte por el acuerdo nuclear civil suscrito con George Bush, había perdido el apoyo externo que hasta entonces le había brindado el Left Front (frente de izquierdas, que incluía a los comunistas).
Según el informe confidencial, los peones del Congress habían querido tranquilizar al representante de EE.UU. asegurándole que en aquella habitación había el equivalente a diez millones de euros para corromper a representantes de la soberanía popular (en lenguaje europeo) o para gastos de lobbying (en lenguaje norteamericano). Los diputados de un partido regional habían recibido ya 160.000 euros por barba.
Dicha compra de escaños fue denunciada en plena votación por diputados del principal partido de la oposición, el BJP, que mostraron en la Asamblea -con retransmisión en directo- montones de fajos con los que supuestamente les habían querido sobornar. El momento más bochornoso de la cleptocracia india, según exclamaron entonces los comentaristas políticos. Aunque, como todo el mundo esperaba, la investigación del asunto quedó en agua de borrajas, Wikileaks confirma ahora las peores temores sobre degradación de la democracia india. Lo que no desvela el funcionario norteamericano, ni sus anfitriones, es de dónde había salido tanto dinero."
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Antes de Fukushima, algunos observadores creían ver en la abultada compra de turbinas de GE, anunciada durante la visita a India de Barak Obama en noviembre pasado, un premio de consolación para la empresa norteamericana, en franca desventaja frente a la industria nuclear francesa y rusa, mucho más activas en los últimos años (EE.UU. no ha empezado ni concluido ningún reactor nuevo en su territorio desde la catástrofe de Harrisburg, hace más de tres décadas)."
Varios semanarios indios abren esta semana con dos interrogantes en sus portadas: “Es India una bomba nuclear de relojería?” (India Today). “Y si pasara en India?” (Open). India cuenta con diecinueve reactores nucleares activos, cinco en construcción y seis en fase de estudio. Aunque destacan que en más de cuarenta años no ha habido ninguna catástrofe nuclear en India, no ocultan que ha habido incidencias. Y si es verdad que una central nuclear en la costa de Tamil Nadu superó satisfactoriamente el tsunami de 2004 (una ola de diez metros), también es cierto que, si la ola hubiera sido apenas dos palmos más alta, se podría haber vivido algo parecido a lo de Fukushima. Y nadie duda de que las consecuencias en India, donde no hay planes de contingencia dignos de tal nombre, hubieran sido de pesadilla.
Algo señalado incluso desde la derecha. Véase al analista Brahma Chellaney, que escribe hoy lo siguiente: “Los medios corruptos empleados para pergeñar el acuerdo nuclear deben llevar a su investigación por el parlamento, largamente bloqueada. Una cuestión más amplia que preocupa al país es si institucionalmente se ha convertido en demasiado corrupto para poder garantizar efectivamente la seguridad nuclear a largo plazo – una preocupación reforzada por el preocupante estado de la seguridad interna, la alta incidencia de terrorismo y la politización del establishment nuclear”.
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