La violencia marca la relación entre presos y guardias de Guantánamo · ELPAÍS.com
Buena parte de los 779 presos de Guantánamo escupieron alguna o varias veces en el rostro de sus vigilantes. Decenas de ellos les lanzaron comida, zapatos y, a menudo, heces y orina. Sin embargo, en las casi cinco mil páginas filtradas por Wikileaks, nunca aparecen las circunstancias que desencadenaron tales agresiones. Jamás se detallan las causas de las escenas violentas. Ni si se humilló, vejó o coaccionó al recluso. La palabra tortura apenas se deja entrever. Y si aparece, enseguida le acompaña el desmentido. En la ficha del yemení Zuhail Abdo Anam Said al Sharabi se lee cómo denunció ante sus guardianes que Estados Unidos torturaba a otros detenidos en Guantánamo. Pero en su expediente se aclara: "Al Qaeda enseña a sus miembros a denunciar tortura para invalidar la información obtenida sobre datos de inteligencia".
No obstante, el mero recuento de las infracciones ofrece un inmenso fresco de las condiciones de vida en el penal. Fue motivo de expediente disciplinario estar en posesión de una excesiva cantidad de comida, ayunar, pasar comida a otro compañero, "dañar la propiedad del Gobierno" al escribir en la pared, dañarla también al romper el calzado de ducha, tratar de hacer agujeros con alambres entre las celdas para pasar objetos, infligirse seis autolesiones (el enfermo psiquiátrico ruso Zakirjan Asam), "estar en posesión de 19 fotos en un sobre que pertenecía a otro detenido", usar la pasta de dientes para tapar la cámara de su celda (el yemení Mohamed Ahmad Said al Edah), desconchar la pared con la uña, colgar una camiseta fuera del muro de la celda, organizar un grupo de rezo en un lugar desautorizado, poseer una pieza de papel de aluminio, subrayar un libro de la biblioteca, rezar y enseñar a otros presos de una "forma enojada" (el egipcio Mohamed Saleem), llevar el elástico de los pantalones fuera de la cintura, gritar en la principal área de recreo, cubrir la ventilación de la celda con papel higiénico...En el apartado de agresiones se encuentran de todo tipo: un sudanés que pateó al intérprete, otro que intentó partirle el brazo a un guardia, uno que rompió un grifo para blandirlo como arma, otro que golpeó al vigilante con una toalla mojada, uno que lanzó su cartón de leche a un guardia, otro que lanzó orina y heces a un camarógrafo, otro que vertió heces a los guardianes cuando intentaban ponerle los grilletes... No son casos aislados. Al contrario, resultan destacables los pocos presos que no cuentan con ningún expediente por agresión.
Casi todo lo relativo a la conducta se contabilizó y consignó. Una vez sumadas las infracciones disciplinarias, se determinaba si el recluso suponía una amenaza alta, media o baja para el centro. El método se fue enriqueciendo conforme pasaban los años. En 2009, la mitad de los presos estaban perfectamente evaluados y de ellos, el 28% (124) suponían una amenaza "alta" para la seguridad del centro. Semejante esfuerzo en el control disciplinario tal vez desembocó en castigos para las personas de peor conducta. Pero de los supuestos castigos no hay ni rastro en los informes.
La estructura de los informes es tan protocolaria que sus redactores no se ven en la necesidad de ofrecer detalles sobre las infracciones disciplinarias. Cada incidente de conducta dispone de un concepto asignado con palabras precisas que se van repitiendo una y otra vez en cientos de expedientes: "Incitar y participar en disturbios masivos, negarse a seguir las instrucciones del penal, inapropiado uso de los fluidos corporales, usar palabras y gestos provocativos, agresión, intento de agresión, poseer comida, poseer objetos de contrabando
[divididos entre posibles armas y "no-armas"], comunicaciones desautorizadas...".
Tan solo se aporta detalles sobre el último incidente antes de redactar el informe. Pero es ahí, precisamente, en ese pasaje fugaz de apenas un renglón, donde aparecen destellos de la sordidez y la violencia en Guantánamo.
Ahí se describe cómo el saudí Ahmad al Shurfa se masturbaba mirando a los vigilantes. Y cómo las enfermedades psiquiátricas no servían de eximente. A gente como Latif al-Dosari, con "desórdenes depresivos y un trastorno límite de la personalidad", no les sirvió de atenuante la demencia para acumular más de 27 expedientes. Cuando un vigilante trató de reclinarlo en unas instalaciones médicas, le propinó una patada en la mandíbula, con lo cual sumó a los anteriores otro expediente por agresión. Cada majadería que decía era escrupulosamente anotada en su ficha, como el día en que le oyeron decirle a otro preso que el penal estaba dirigido por judíos.
Una de las formas que encontraron los presos para protestar sobre sus condiciones de vida era organizar huelgas de hambre. El nombre de los que ayunaron durante varios meses entre 2005 y 2006 quedaba minuciosamente anotado.
El choque cultural entre islamistas radicales y mujeres policías ocasionó infracciones disciplinarias por "expresiones sexistas". El yemení Mukhtar Yahya Najee al Warafi agarró el brazo de una vigilante el 15 de noviembre de 2006, la arrastró hacia su celda y "le escupió en la cara". Otro yemení, Fayad Akhmed, amenazó a una policía con cortarle la cabeza con sus propias manos y le dijo antes de romper a reír: "En cualquier país árabe, una mujer que actuase así, estaría muerta".
La desconfianza hacia los intérpretes también fue motivo de situaciones violentas. El yemení Faris Muslim al Ansari incitó a una protesta masiva el 7 de septiembre de 2005 "porque sintió que el intérprete no estaba reproduciendo todo lo que los detenidos le decían". "Amenazó con lanzar orina al intérprete y al doctor y dijo a otros dos detenidos que tuvieran sus orinas preparadas", reza su ficha.
En la actualidad, 172 personas continúan bajo este régimen disciplinario que los papeles de Guantánamo han destapado.
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