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DARWIN, CUÁNTOS DISPARATES SE COMETEN EN TU NOMBRE
Cartas cabales
[“Cartas cabales” se llamó una columna periodística que publiqué en La Jornada de México durante casi todo 1995 y que intenté prolongar más tarde, en 98, sin mucho éxito, en la prensa española, y que ahora puedo revivir a mi antojo en esta nueva modalidad. Toma la forma de una serie de cartas dirigidas a un corresponsal imaginario llamado Matías Vegoso (obvio anagrama), lo cual me permite polemizar con muchos colegas y amigos sin caer en la discusión personalizada.]DARWIN, CUÁNTOS DISPARATES SE COMETEN EN TU NOMBRE
Querido Matías Vegoso:
- -Sospecho que leemos los mismos periódicos, porque casi siempre adivino de dónde sacas tus ideas. Con lo cual no estoy acusándote de plagiario; bastante hemos discutido sobre eso y bien sabes que soy yo el que no cree en absoluto que las ideas sean propiedad privada. Pero también, si adoptas una idea, tendrás que defenderla como tuya y no podrás salirme con que eso no lo dices tú sino algún irrebatible conocedor.
- -Doy pues por sentado que eres tú personalmente quien sostiene que la debacle de las financieras norteamericanas y no sólo norteamericanas no demuestra la quiebra del neoliberalismo, sino todo lo contrario. Reconozco que el argumento es sutil: si el Estado norteamericano ha tenido que acoger en sus caritativos brazos, por ejemplo, a dos gigantescas hipotecarias, es porque esas colosales empresas eran en realidad estatales. Puesto que las había fundado el famoso comunista Franklin Roosevelt. Bien es cierto que, apenas desaparecido Roosevelt y desinfectado el país del maloliente New Deal, el presidente de turno (¿fue Eisenhower?) se apresuró a privatizarlas. Pero según tú eso no cambia nada, porque el Estado siguió invirtiendo en esas empresas. Contra eso me basta un solo argumento: si hubieran sido empresas estatales no hubieran podido quebrar. Las empresas estatales no quiebran nunca, ni siquiera cuando quiebra el Estado, o sea cuando es derribado por una guerra o una revolución. Y si fuera por ser estatales por lo que quebraron, ¿por qué quebraron también tantas empresas que no eran estatales?
- -Pero concedo que en cierto sentido tú tienes razón. Si acabar ganando es tener razón, es más probable que la tengas tú. Porque ya se ve claramente la estrategia que va a utilizar el neoliberalismo para volver a meternos en cintura. Ya se oye hablar de paréntesis, de ajustes y de adaptaciones, y hasta hay quien se indigna exclamando que qué paréntesis ni qué ocho cuartos, todo sigue marchando de lo más bien. El ministro “socialista” Corbacho dijo el otro día que lo importante ahora es ayudar a los bancos a conseguir liquidez y no ponernos a imaginar cambios en la sociedad de mercado.
- -Pero cambios hay. Ya nadie se atreve a decir, como tu maestro Milton Friedman, que el mercado siempre lo arregla todo por sí solo. Pero entiendo perfectamente cuál es tu postura ahora: bueno, sí, el Estado no siempre es un estorbo, podemos perdonarle la existencia a condición de que sea una especie de agencia de seguros para el mercado. Una agencia sui generis: recauda los dineros de los contribuyentes para regalárselos a los empresarios cuando están en problemas y evitar que se arruinen y se queden sin quehacer, sino que sean los contribuyentes los que se arruinan y se quedan sin trabajo. Y tú me dices: no, es que si el Estado dejara hundirse a las finanzas, los contribuyentes estarían todavía más arruinados y desempleados. Lo que puedo contestarte a eso bien sé que es irremediablemente ingenuo: con lo que el gobierno norteamericano se va a gastar en salvar a las empresas, seguramente podría crear más empleo que el que se perdería con la ruina de esas empresas. Y figúrate si además invirtiera en eso aunque sólo fuera una parte de los gastos de guerra.
- -Pero hay otro argumento que me extraña que no hayas blandido contra mí. Es que quizá no lees La Nación de Buenos Aires, periódico insignia del pensamiento correcto. Allí un señor Mariano Grondona opinó hace poco que Argentina se está quedando “al margen del único movimiento revolucionario que ha traído consigo la Edad Moderna: precisamente, el capitalismo.” Si he entendido bien, revolucionario quiere decir darwinista, o sea la aceptación realista de la lucha por la supervivencia (“Es cruel, pero es real.”) Curiosísimo razonamiento: Darwin nos enseña que no hay que ayudar a todas las empresas, sino dejar que algunas se hundan como exige la supervivencia del más fuerte. Ayudar a unas sí y a otras no no parece muy darwiniano, pero a nuestro periodista no le importa, seguramente porque para él es lo mismo la selección natural que la selección gubernamental –fuerzas ciegas ambas. Ya hemos hablado alguna vez tú y yo de esa idea simplista del evolucionismo incluso limitado a la biología. La sobrevivencia del más fuerte (o si quieres del más apto) quiere decir la supervivencia del que sobrevivió. A toro pasado, es claro que el que sobrevivió resultó ser el más apto. Pero es imposible saber si no será el que hoy es el más débil el que sobrevivirá mañana y resultará el “más fuerte”. Eso en biología, ahora dime tú en la historia de las culturas humanas.
- -Pero bueno, querido Matías, tú sigue en las tuyas, es evidente que no te faltará apoyo. Un cordial aunque discrepante abrazo,
- -Doy pues por sentado que eres tú personalmente quien sostiene que la debacle de las financieras norteamericanas y no sólo norteamericanas no demuestra la quiebra del neoliberalismo, sino todo lo contrario. Reconozco que el argumento es sutil: si el Estado norteamericano ha tenido que acoger en sus caritativos brazos, por ejemplo, a dos gigantescas hipotecarias, es porque esas colosales empresas eran en realidad estatales. Puesto que las había fundado el famoso comunista Franklin Roosevelt. Bien es cierto que, apenas desaparecido Roosevelt y desinfectado el país del maloliente New Deal, el presidente de turno (¿fue Eisenhower?) se apresuró a privatizarlas. Pero según tú eso no cambia nada, porque el Estado siguió invirtiendo en esas empresas. Contra eso me basta un solo argumento: si hubieran sido empresas estatales no hubieran podido quebrar. Las empresas estatales no quiebran nunca, ni siquiera cuando quiebra el Estado, o sea cuando es derribado por una guerra o una revolución. Y si fuera por ser estatales por lo que quebraron, ¿por qué quebraron también tantas empresas que no eran estatales?
- -Pero concedo que en cierto sentido tú tienes razón. Si acabar ganando es tener razón, es más probable que la tengas tú. Porque ya se ve claramente la estrategia que va a utilizar el neoliberalismo para volver a meternos en cintura. Ya se oye hablar de paréntesis, de ajustes y de adaptaciones, y hasta hay quien se indigna exclamando que qué paréntesis ni qué ocho cuartos, todo sigue marchando de lo más bien. El ministro “socialista” Corbacho dijo el otro día que lo importante ahora es ayudar a los bancos a conseguir liquidez y no ponernos a imaginar cambios en la sociedad de mercado.
- -Pero cambios hay. Ya nadie se atreve a decir, como tu maestro Milton Friedman, que el mercado siempre lo arregla todo por sí solo. Pero entiendo perfectamente cuál es tu postura ahora: bueno, sí, el Estado no siempre es un estorbo, podemos perdonarle la existencia a condición de que sea una especie de agencia de seguros para el mercado. Una agencia sui generis: recauda los dineros de los contribuyentes para regalárselos a los empresarios cuando están en problemas y evitar que se arruinen y se queden sin quehacer, sino que sean los contribuyentes los que se arruinan y se quedan sin trabajo. Y tú me dices: no, es que si el Estado dejara hundirse a las finanzas, los contribuyentes estarían todavía más arruinados y desempleados. Lo que puedo contestarte a eso bien sé que es irremediablemente ingenuo: con lo que el gobierno norteamericano se va a gastar en salvar a las empresas, seguramente podría crear más empleo que el que se perdería con la ruina de esas empresas. Y figúrate si además invirtiera en eso aunque sólo fuera una parte de los gastos de guerra.
- -Pero hay otro argumento que me extraña que no hayas blandido contra mí. Es que quizá no lees La Nación de Buenos Aires, periódico insignia del pensamiento correcto. Allí un señor Mariano Grondona opinó hace poco que Argentina se está quedando “al margen del único movimiento revolucionario que ha traído consigo la Edad Moderna: precisamente, el capitalismo.” Si he entendido bien, revolucionario quiere decir darwinista, o sea la aceptación realista de la lucha por la supervivencia (“Es cruel, pero es real.”) Curiosísimo razonamiento: Darwin nos enseña que no hay que ayudar a todas las empresas, sino dejar que algunas se hundan como exige la supervivencia del más fuerte. Ayudar a unas sí y a otras no no parece muy darwiniano, pero a nuestro periodista no le importa, seguramente porque para él es lo mismo la selección natural que la selección gubernamental –fuerzas ciegas ambas. Ya hemos hablado alguna vez tú y yo de esa idea simplista del evolucionismo incluso limitado a la biología. La sobrevivencia del más fuerte (o si quieres del más apto) quiere decir la supervivencia del que sobrevivió. A toro pasado, es claro que el que sobrevivió resultó ser el más apto. Pero es imposible saber si no será el que hoy es el más débil el que sobrevivirá mañana y resultará el “más fuerte”. Eso en biología, ahora dime tú en la historia de las culturas humanas.
- -Pero bueno, querido Matías, tú sigue en las tuyas, es evidente que no te faltará apoyo. Un cordial aunque discrepante abrazo,
T. S.
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