(Pienso, hablando legalmente, que hay una razón muy sólida para enjuiciar a todo presidente norteamericano desde la segunda guerra mundial. Todos han sido francos criminales o han estado involucrados en serios crímenes de guerra.) Chomsky

Tuesday, March 27, 2007

BAGDAD, UN ARTICULO DE SANTIAGO ALBA


(SACADO DE REBELION)
La muerte en Bagdad o de cómo la democracia dejó sin trabajo a la peste
Santiago Alba Rico
Ladinamo
Por una vez voy a contar un cuento.
Hace muchos años se desató en Bagdad una epidemia de peste. La Muerte, a la que hay que imaginarse antigua, amenazadora y familiar, vestida de hopalanda negra y armada de guadaña, iba de casa en casa golpeando las puertas con sus nudillos descarnados al tiempo que anunciaba su presencia con un siniestro vozarrón: “No hay más muerte que la Muerte y la Peste es su profeta”. Y uno a uno muchos bagdadíes habían perdido ya la vida.
Un día la Muerte acudió a casa de Redwan, un niño de doce años que se disponía a salir a la calle para ensillar con sus amigos un caballo blanco. “No hay más muerte que la Muerte y la peste es su profeta”, gritó la muerte y citó a Redwan esa tarde a las cinco en el mercado de Al-Karrada. Redwan, que había leído la vieja historia del soldado en Samarkanda, aceptó que no había escapatoria, corrió a despedirse de sus camaradas, se comió una rodaja de sandía y se encaminó valeroso a su cita.
Pero Redwan nunca llegó al mercado.
“No hay más muerte que la Muerte y la Peste es su profeta”, voceaba por su parte la Muerte mientras avanzaba puntualísima, minutos antes de las cinco, hacia Al-Karrada. Pero hete aquí que de pronto un alboroto de albórbolas y llantos la detuvo al borde de una plaza. La Muerte sintió sorpresa y después cólera: una multitud estaba enterrando a cien bagdadíes –o 1000 o 10000, era difícil contarlos- que no había matado ella. ¿Quién se le había adelantado? ¿Quién había matado ese racimo de gente revolcada y ensangrentada? Era la Democracia, que había llegado a la ciudad. Sobre sus tanques de siete leguas, con su coro de aviones y misiles, alzada gloriosamente sobre un escaño de cráneos, anunciaba con altavoces la nueva ley de la nación: “hay más muertes que la Muerte y la Democracia es la más fuerte”. Entre los muertos de la plaza, claro, se encontraba Redwan, que había creído ingenuamente en la verdad de los cuentos.
A partir de ese momento la Muerte llegó tarde a todas sus citas. “No hay más muerte que la Muerte y la Peste es su profeta”, pero siempre se le había adelantado ya la Democracia. La vieja Muerte de hopalanda negra y armada de guadaña, la vieja Muerte de toda la vida que negociaba uno a uno los destinos individuales, la vieja muerte que imitaba trágicamente los usos de los enamorados, acabó medio loca, cojeando por las calles de Al-Karrada y Al-Muntasiriya, perseguida por un revuelo de niños y un trompeteo de marines.
Y desde entonces nunca nadie volvió a morir en Bagdad de muerte natural.
Por eso –escribía yo hace poco- las madres de Bagdad, de Ramada, de Al-Qaim, de Faluya, cuando sus hijos no quieren comerse la sopa, les amenazan: “Come, niño, come, que viene la Democracia”. Y cuando no quieren irse a la cama, las madres de Bagdad, de Ramada, de Al-Qaim, de Faluya, les dicen: “Duerme, niño, duerme, que la Democracia está en el portal”. Y cuando no quieren hacer los deberes, las madres de Bagdad, de Ramada, de Al-Qaim, de Faluya, les advierten: “Estudia, niño, estudia, que la Democracia ha derribado la puerta”. Al final del cuento, todos los días, las madres de Bagdad, de Ramada, de Al-Qaim, de Faluya, les dicen a sus hijos con una brecha en la voz: “Cava, niño, cava, que la Democracia acaba de degollar a tu padre en el salón”.
Esto no es un cuento. En los cuentos, un niño del tamaño de un lapicero derrota a dos gigantes: en Iraq los niños se desangran, con un tiro en el pecho, en las aceras. En los cuentos, un campesino valiente devuelve la risa a una princesa: en Iraq, los campesinos valientes son fusilados o acuchillados entre las espigas. En los cuentos, una doncella pobre conquista el amor de un rey: en Iraq las doncellas pobres son violadas por los soldados del emperador. En los cuentos, la justicia acaba construyendo una ciudad: en Iraq, la injusticia mejor armada de la historia bombardea todos los días quince ciudades con sus habitantes dentro. Todo esto está ocurriendo mientras lo escribo y está ocurriendo mientras ustedes lo leen. Todo esto está ocurriendo, aunque leerlo lo vuelva, de algún modo, inverosímil o increíble. Todo esto nos está ocurriendo a nosotros, aunque saberlo nos haga sentir paradójicamente protegidos. El que quiera sentirse indefenso, vulnerable, en peligro, el que quiera ser sujeto de una experiencia real, y no poder descansar ya nunca más, el que quiera dejar a un lado la cómoda media distancia de la compasión y dejarse palpar por la proximidad absoluta del horror, el que quiera sentirse concernido y a veces avergonzado e incluso acusado, tendrá que recurrir a las Crónicas de Iraq (Ediciones de Oriente y del Mediterráneo, 2006) de Imán Ahmed Jamás, la extraordinaria mujer gracias a la cual hacemos propio el dolor de un país en el que –no se me ocurre imagen más terrible- las madres han dejado de llorar y los padres han comenzado a hacerlo. El que prefiera sentirse fuerte, seguro, inocente, relajado, hermoso, bueno, elegante, basta con que se siente a contemplar alegremente la matanza.
Imán Jamás lleva la cuenta y nos revela que, en la batalla entre la Democracia y la Muerte, la Democracia ha matado mucha más gente. “Mamá, mamá”, dice el niño, “de mayor quiero tener treinta años”. “Mamá, mamá”, dice el niño, “si he de morir antes, por lo menos que me lleve la Peste”. Malos tiempos éstos en que la mayor parte del plantea siente nostalgia no sólo de una pared, de un fuego, de un zapato y de una sopa caliente; malos tiempos éstos en que la mayor parte del planeta siente nostalgia incluso de la Señora Muerte.

No comments: