La trama oculta de la lucha armada en Afganistán
Al momento de iniciar esta columna, el vicegobernador de la provincia de Ghazni, Mohammad Alí Ahmadi denunciaba a las agencias internacionales de información que “alrededor de 100 civiles, en la última semana, habían sido muertos o heridos –incluyendo mujeres y niños decapitados- en una ofensiva talibán”.
El homicidio múltiple se suma al accionar criminal de cientos de insurgentes talibanes que “irrumpieron en el distrito de Ajristán, desatando con ello combates de alta intensidad con fuerzas de seguridad, logrando los talibanes tomar totalmente pueblos de la zona.
“Como las autoridades no poseen un sistema de comunicación adecuado a circunstancias bélicas, no se puede precisar con exactitud la cantidad de muertos y decapitados”, abundó Ahmadi.
El gobierno, con sede en Kabul, prometió enviar apoyo aéreo para frenar el avance talibán fuertemente armado en la región este de Afganistán.
Cada modificación en el conteo de víctimas es desde la ocupación norteamericana a Afganistán y su posterior retirada, un reflejo de la naturaleza cambiante del conflicto que nos ocupa.
Vale recordar, a título de simple estadística que la víctima número 1.000 en el referido territorio afgano fue un soldado, abatido en mayo de 2010, cuando un ataque suicida en Kabul mató a cinco norteamericanos.
Las cifras se han superado exponencialmente, en el marco de un incremento de los ataques fratricidas, en los que afganos atacan a tropas nacionales.
Sólo como ejemplo indiciario, podemos apuntar que en 2011, 35 soldados de la Fuerza Internacional de Seguridad de Afganistán murieron en ese tipo de incidentes, según un recuento del portal especializado The Long War Journal.
En la cúpula de las tropas que defienden actualmente el territorio de Afganistán hay una creciente preocupación por el grado de infiltración de los yihadistas. Para frenar los ataques del talibán, los mandos del Ejército afgano cumplen a rajatabla la sugerencia de los mandos norteamericanos y de la OTAN que propusieron que los soldados del Afganistán lleven armas cargadas consigo en todos los lugares y en todas las instancias, aun dentro de la llamada zona verde de Kabul, un fortín hasta ahora considerado seguro.
Hay que apuntar que, en su momento, el líder de la guerrilla Talibán, el Mulá Omar, dijo que esos ataques de infiltrados obedecían a una estrategia yihadista, consciente y planeada, para mermar a las tropas extranjeras en el momento de su retirada.
Qué hay detrás de la guerra afgana
En otras columnas de quien esto escribe, citando fuentes que por motivos obvios prefieren no ser mencionados, se ha señalado que “la CIA siempre ha estado involucrada en el tráfico mundial de drogas, y en Afganistán simplemente llevaron a cabo su negocio favorito, como hicieron durante la guerra de Vietnam.”
El economista ruso Mikhail Khazin sostuvo en una entrevista que “los estadounidenses están trabajando duro para mantener el tráfico de estupefacientes en Afganistán a través de las garantías de seguridad que la CIA da a los traficantes locales de drogas.”
“Estados Unidos no se opone al narcotráfico afgano para no socavar la estabilidad de un gobierno apoyado por los principales traficantes de drogas en el país”, escribió el periodista norteamericano Eric Margolis en el Huffington Post.
“Lo sucedido en el pasado en Indochina y América Central indica que la CIA podría estar implicada en el tráfico de drogas afganas en mayor medida que la que ya sabemos. En ambos casos, los aviones de la CIA transportaban drogas al extranjero en nombre de sus aliados locales, y lo mismo podría ocurrir en Afganistán. Cuando la historia de la guerra se haya escrito, la sórdida participación de Washington en el tráfico de heroína afgana será uno de los capítulos más vergonzosos”, acotó Margolis.
Ya no quedan, ni aún para los menos avisados en el análisis de conflictos internacionales que la coalición que se formó para combatir a los talibanes y la red de Qaeda, en el sur y este de Afganistán hizo muy poco progreso. La información con que se inicia esta columna es el ejemplo más concreto de ello.
Incluso se ha hecho muy difícil, tras la retirada norteamericana del Afganistán, capturar insurgentes en áreas remotas, ya que esas actividades son impedidas por tradiciones tribales y una interpretación estricta de la fe islámica.
La inteligencia local ha sido casi inexistente. Las fuerzas Qaeda y el Talibán siguen ejecutando una guerra de guerrillas en la frontera de las áreas de la Provincia en la Frontera.
Precisamente el Ejército afgano seleccionó a miembros de las tribus, llamados “Khassadores [hombres de las tribus dedicados a reclutar militares, recolectar inteligencia y controlar el área tribal], quienes se convirtieron en un elemento central del control de cada provincia. Los agentes fueron remunerados -aunque no equipados ni vestidos—por los británicos para controlar sus correspondientes áreas tribales bajo la atenta mirada de agentes políticos e irregulares.
Ellos también resultaron ser fuentes excelentes de inteligencia local. El programa fue relativamente exitoso respecto a asuntos rutinarios y fue rentable. Sin embargo, los “agentes” no siempre podían solucionar grandes desacuerdos, disputas tribales o diferencias con el gobierno central.
El enfoque de la red se urdió para transformarse en la recolección de inteligencia de nivel confidencial y proveer un sistema de alarma contra ataques guerrilleros. La vigilancia rutinaria de asuntos tribales debía concurrir simultáneamente o una vez que la amenaza ha disminuido.
“Aceptar defectos iniciales y variaciones en los estándares será fundamental para lograr una iniciativa que funcionará a largo plazo. Los agentes continuarían a enfrentar un gran número de conflictos de intereses, pero la experiencia anterior de los británicos muestra que los beneficios generales pesan considerablemente más que los defectos”, exponía en sus comentarios el Military Review.
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