Decía Churchill años antes de que estallara la Primera Guerra Mundial que los Balcanes eran el "vientre blando" de Europa. La interacción hostil entre intereses, culturas, ideologías y eso que antes llamaban "etnias" en un espacio tan reducido, ha producido una historia regional convulsa y teñida de sangre. Desde mediados del siglo XIX, y acaso desde mucho antes, los Balcanes han sido un espacio geoestratégico en permanente ebullición y lucha intestina, alimentada siempre por potencias foráneas. Sólo en la época en que Tito creó y dirigió la República Federativa Yugoslava hubo paz y estabilidad en la zona; el antiguo guerrillero había dotado al país-suma de naciones de un régimen político de corte socialista y estructura territorial federal, que funcionó razonablemente bien durante casi cuatro décadas.
Muerto Tito, el Estado yugoslavo fue objeto de una voladura controlada impulsada por los EEUU y mansamente apoyada por la UE con Alemania como ariete, no porque la república titista constituyera una pretendida "cárcel de los pueblos" según la propaganda de las burguesías nacionalistas balcánicas, sino precisamente por todo lo contrario: Yugoslavia era un pésimo ejemplo en un momento histórico en que había acuerdo general en la demolición del comunismo en cualquiera de sus versiones gobernantes. La continuidad de Yugoslavia, un estado federal y socialista con política exterior e interior independiente de la URSS, era un modelo que los vencedores de la Guerra Fría no podían soportar.
Pieza a pieza, Yugoslavia fue implacablemente desmontada a lo largo de los años noventa, y cada uno de los nuevos estados fue parido en medio del dolor. Masacres colectivas, desplazamientos de población, destrucción del aparato productivo...., ningún horror fue hurtado. Por Yugoslavia se pasó la sierra mecánica con un entusiasmo verdaderamente nazi, al que no fueron ajenas ni mucho menos las élites burguesas locales de todas y cada una de las nacionalidades en pugna.
La estupidez de Milosevic, aquél pequeño aprendiz de Stalin balcánico manipulador y pendenciero, prendió el fuego de las luchas "interétnicas"precisamente en Kosovo, al retirar a este minipaís la amplia autonomía que había gozado durante el titismo. A partir de ahí sobrevino el diluvio, y el penúltimo capítulo (falta la independencia de Voivodina para acabar de desmembrar Serbia) acaba de escribirse en la tierra de los kosovares.
En los años noventa EEUU creó, organizó y dirigió la UCK, un supuesto movimiento guerrillero de liberación nacional kosovar que en realidad no era más que una federación de bandas dedicadas a la única industria que funciona a todo tren en Kosovo: el tráfico de drogas, armas y mujeres. Los albanokosovares fueron una guerrilla de ésas que sólo pegan tiros en los noticiarios de televisión, pues la verdadera batalla se libró en despachos de Washington, Bruselas y Berlín. El padrino de la mayor familia de gánsters albanokosovares es hoy el primer ministro de la flamante república.
En realidad, Kosovo no es más que una colonia militar yanqui que desde hace tiempo ejerce como principal cárcel secreta de EEUU en el corazón de los Balcanes. El kosovar es un estado-Guantánamo, un sumidero negro en el que la CIA y otras agencias norteamericanas tienen carta blanca para manejarse a sus anchas. Daba vergüenza ajena el domingo ver las calles de Pristina ocupadas por ciudadanos de la recién estrenada república con retratos de Bush y ondeando banderas de dos estados que en principio no son el kosovar: el norteamericano y el albanés, en tanto la recién inventada bandera kosovar ni figuraba en los edificios oficiales.
De todos modos las apuestas están cerradas hace tiempo, y obviamente gana la banca, es decir EEUU. La creación del estado albanokosovar en aplicación del famoso "derecho a la autodeterminación de los pueblos" -ése invento del presidente norteamericano Wilson durante la primera Guerras Mundial, que a instancias de grupos terroristas patriótico burgueses centroeuropeos fue usado profusamente como arma de guerra contra los entonces llamados Imperios centrales-, no es más que un accidente menor en el Vía Crucis que la UE viene recorriendo desde que en 1989 y tras la caída del Muro de Berlín, los yanquis volvieron a poner su pesada bota sobre suelo europeo. Para Europa, es sólo otra humillación más. En última instancia, la “vía kosovar” a la dependencia colonial del Imperio no tendrá mayor repercusión fuera del paisito balcánico, salvo el tener que soportar durante unos días las tonterías que a su costa declamarán los nacionalistas vascos y catalanes y el Partido Popular español. Hasta ahí el tema no da para más, aunque la aplicación de ése mítico "derecho colectivo" esgrimido por el ya famoso Parlamento kosovar -verdadero Consejo de Administración de las organizaciones mafiosas albanokosovares-, podría ser usado ahora por los serbokosovares -por qué no-, que constituyen el 8% de la población kosovar y se agrupan en un territorio concreto al norte del enclave, para solicitar la constitución de su propio estado, tal como ocurrió tras la independencia de Bosnia-Hercegovina. Así que tampoco sería nada extraño que la rueda del ridículo político, la vejación al derecho internacional y al sentido común, y el exterminio de poblaciones indefensas continuara rodando implacable por el solar europeo.
Con todo, el verdadero conflicto se va a vivir pronto en el Cáucaso, donde Rusia va a responder troceando la región entera y entrando por consiguiente en colisión con los intereses de EEUU en esa zona. El inminente descuartizamiento de Georgia puede retrotraernos a umbrales de confrontación político-militar muy semejantes a los de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba en los años sesenta. Con la diferencia de que entonces el poder destructivo de las dos superpotencias estaba tan equilibrado que ninguna de las partes se atrevía a tomar la iniciativa contra la otra, en tanto hoy está tan inclinado a favor de EEUU que cualquier cosa es posible, incluso que Putin decida dar primero.
Con todo, el verdadero conflicto se va a vivir pronto en el Cáucaso, donde Rusia va a responder troceando la región entera y entrando por consiguiente en colisión con los intereses de EEUU en esa zona. El inminente descuartizamiento de Georgia puede retrotraernos a umbrales de confrontación político-militar muy semejantes a los de la crisis de los misiles soviéticos en Cuba en los años sesenta. Con la diferencia de que entonces el poder destructivo de las dos superpotencias estaba tan equilibrado que ninguna de las partes se atrevía a tomar la iniciativa contra la otra, en tanto hoy está tan inclinado a favor de EEUU que cualquier cosa es posible, incluso que Putin decida dar primero.
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